¿Son los mejores oradores las personas que mejor piensan?
Ciertamente que no, por muy grande que sea la inclinación que sintamos a suponer que sí. Unos hombres piensan mejor cuando se encuentran en presencia de un auditorio; otros, en cambio, buscan la soledad para ejercitar su mente. Los buenos escritores no son, por lo regular, buenos oradores. Uno de los mejores poetas ingleses era el orador más torpe y amanerado que pueda imaginarse, y sus mismos amigos decían de él que no recordaban haberle oído decir jamás nada que tuviese sustancia. Y, sin embargo, con la pluma en la mano escribió cosas que jamás podrán olvidarse. De otro llegó a decirse que “escribía como un ángel y que hablaba como un ganso”. Por el contrario, muchos oradores ilustres no pasan de ser medianías como escritores; y cuando sus discursos se recogen y escriben y se leen a sangre fría, se ve que carecen de enjundia. En realidad, la facultad de hablar con elocuencia nada dice en contra ni en favor del talento de una persona; y es gran ventaja que en los tiempos actuales se conceda mayor importancia a la palabra escrita que a la hablada.
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