¿Por qué no caen los obeliscos o las columnas que se levantan en algunas plazas públicas?


No existe en el mundo un hombre de ciencia que pueda explicar satisfactoriamente este hecho. Nadie, en verdad, será capaz de decirnos por qué levantando el mango de un badil se levanta también tras él el instrumento entero.

Nadie es capaz de explicarnos por qué la habitación donde estamos leyendo estas líneas se conserva de pie. Pueden los hombres medir la profundidad de los mares y la distancia que nos separa del Sol; calcular el peso de la Tierra y predecir lo que ha de acaecer en el cielo a la vuelta de cien años; pero nadie puede explicar por qué no se nos desploma sobre la cabeza el techo que nos cobija. No basta decir que el hierro y la madera se hallan fuertemente acoplados, que el mortero une sólidamente los ladrillos, y que potentes vigas sostienen el techo, porque cada molécula de materia que contribuye a formar los ladrillos, el mortero, la madera y el hierro se mueve sin rumbo fijo, como los copos de nieve en un día de mucho viento. La voz “sólido” no quiere decir nada. Cada trocito diminuto de materia se mueve de un lado para otro con una velocidad de la que no podemos formarnos idea; trocitos tan pequeños que cada uno de ellos dispone para moverse de un espacio tan grande -en proporción a su tamaño-como la Tierra entera; y se mueven, como sabemos, de un lado para otro en el mundo, que a su vez se halla siempre en constante movimiento.

Así, pues, esta misma habitación en donde estamos no se halla en reposo; todas sus partes están en continuo movimiento, a pesar de lo cual se mantienen compactas y no se desploma el conjunto. Existen obras que cuentan veinte y treinta siglos de existencia y aun más. El hombre no sabe por qué se mantienen de pie; ignora qué extraordinario poder sostiene en sus lugares respectivos estas diminutas partículas de materia. Tal misterio tiene un nombre; pero, aparte este nombre, poco sabemos de él. Es lo que solemos llamar el milagro de la cohesión. Si examinásemos con los rayos x algunas columnas de las plazas públicas, veríamos que las piedras de que están hechas compónense de pequeñísimas moléculas, separadas unas de otras por ciertas distancias. Los rayos x se filtran por la materia de la columna, iluminando a través de ella los objetos colocados al otro lado.

¿Cómo es, pues, que la columna se sostiene en equilibrio? La ciencia sólo puede decir que las piedras colocadas sobre otras piedras, y los ladrillos apilados sobre otros ladrillos, se mantendrán en pie si su base de sustentación se halla bien afirmada en el suelo, y mientras el peso de la parte superior no destruya el equilibrio. Las vibraciones que le comunica el tráfico no son capaces de derribar estas columnas; y la experiencia nos demuestra que subsisten hasta que los elementos naturales desgastan, con el tiempo, los materiales de que están hechas.

La cohesión es uno de los muchos secretos de la Naturaleza. ¿Por qué se mantienen unidas las moléculas que forman las losas de las aceras? ¿Por qué las que constituyen un alfiler? Y con mucha mayor razón podremos preguntar: ¿Por qué se mantienen unidas las moléculas que componen los altos obeliscos? Son pequeñas cargas de electricidad, moléculas diminutas, invisibles y, sin embargo, se adhieren por millones las unas a las otras y constituyen lo que llamamos cuerpos sólidos. Millones y millones de cargas eléctricas forman una fracción de un fragmento de piedra. ¿Cómo se mantienen unidas? Entendemos mejor este milagro por el hecho de aplicarle simplemente el nombre de cohesión.