¿Por qué sentimos siempre deseos de bajar las pendientes corriendo o saltando?


Si pudiésemos ver la Tierra como una gran esfera, nos parecerían sus montañas como lugares donde la superficie de la esfera sobresale. Su aspecto seria semejante al de una pelota vieja cuya superficie se ha vuelto rugosa. En ese caso, claro es que los objetos colocados en la parte alta de los lugares escabrosos se encuentran más distantes del centro de la esfera que otros situados en las depresiones existentes entre sus protuberancias.

Lo mismo ocurre en la Tierra. Cuando nos encontramos en la cima de una montaña estamos más lejos del centro de la Tierra que cuando nos hallamos en la falda. La atracción de la Tierra, que llamamos gravedad, trata siempre de atraernos y atraer todas las cosas hacia su centro; y por eso, cuando empezamos a bajar una colina, no tenemos que hacer más que dejarnos arrastrar por la gravedad do la Tierra.

Esto lo advertimos mejor cuando bajamos una pendiente en bicicleta; pero es igualmente cierto cuando caminamos sobre nuestras propias piernas; sólo que, como no tenemos ruedas, no lo notamos del mismo modo. Así, pues, nuestra inclinación natural, mitigada por el temor de lastimarnos, es dejar que la Tierra nos atraiga y nos haga bajar la colina. Se trata aquí de un fenómeno debido a la gravedad, y no depende de la voluntad nuestra, como lo prueba el caso mencionado de la bicicleta que, por ser un objeto inanimado, carece de la noción de inclinación.

Si el camino es bueno, nuestro peso no es excesivo y tenemos seguridad en nuestros propios pies, podemos bajar la pendiente con gran facilidad y rapidez, teniendo cuidado de echar la parte superior del cuerpo hacia atrás a fin de conservar el equilibrio, y dando grandes saltos más bien que corriendo.