MISERERE - Andrés Bello
Los dolientes acentos que la penitencia arrancara a David en el salmo Miserere, han sido hermosamente traducidos por don Andrés Bello.
¡Piedad, piedad, Dios mío!
¡Que tu misericordia me socorra!
Según la muchedumbre
De tus clemencias, mis delitos borra.
De mis iniquidades
Lávame más y más; mi depravado
Corazón quede limpio
De la horrorosa mancha del pecado.
Porque, Señor, conozco
Toda la fealdad de mi delito
Y mi conciencia propia
Me acusa y contra mí levanta el grito.
Pequé contra ti solo;
A tu vista obré el mal, para que brille
Tu justicia, y vencido
El que te juzgue, tiemble y se arrodille.
Objeto de tus iras
Nací, de iniquidades mancillado,
Y en el materno seno
Cubrió mi ser la sombra del pecado.
En la verdad te gozas,
Y para más rubor y afrenta mía,
Tesoros me mostraste
De oculta celestial sabiduría.
Pero con el hisopo
Me rociarás, y ni una mancha leve
Tendré ya; lavarásme
Y quedaré más blanco que la nieve.
Sonarán tus acentos
De consuelo y de paz en mis oídos.
Y celeste alegría
Conmoverá mis huesos abatidos.
Aparta, pues, aparta
Tu faz ¡oh Dios! de mi maldad horrenda
Y en mi pecho no dejes
Rastro de culpa que tu enojo encienda.
En mis entrañas cria
Un corazón que con ardiente afecto
Te busque: un alma pura,
Enamorada de lo justo y recto.
De tu dulce presencia
En que al lloroso pecador recibes,
No me arrojes airado,
Ni de tu santa inspiración me prives.
Restaúrame en tu gracia.
Que es del alma salud, vida y contento
Y al débil pecho infunde
De un ánimo real el noble aliento.
Haré que el hombre injusto
De su razón conozca el extravío;
Le mostraré tu senda.
Y a tu ley santa volverá el impío.
Mas líbrame de sangre,
¡Mi Dios! ¡Mi Salvador! ¡Inmensa fuente
De piedad! Y mi lengua
Loará tu justicia eternamente.
Desatarás mis labios,
Si tanto un pecador que Hora alcanza,
Y gozosa a las gentes
Anunciará mi lengua tu alabanza.
Que si víctimas fueran
Gratas a ti, las inmolará luego;
Pero no es sacrificio
Que te deleita el que consume el fuego.
Un corazón doliente
Es la expiación que a tu justicia agrada;
La víctima que aceptas
Es un alma contrita y humillada.
Vuelve a Sion tu benigno
Rostro primero y tu piedad amante,
Y sus muros la humilde
Jerusalén, Señor, al fin levante.
Y de puras ofrendas
Se colmarán tus aras, y propicio
Recibirás un día
El grande inmaculado sacrificio.
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