Parte 4
Resistir quiere el soldado,
Y el monstruo entonces golpea
Con la resinosa tea
La faz del desventurado.
Por el dolor trastornado,
Cae el centinela inerte.
-Toma para defenderte
De ese menguado el acero
-Prorrumpe Don Juan-, pues quiero
Morir o darte la muerte.
Airado al ver tal acción,
Responde Don Luis: -Le tomo
Para clavarle hasta el pomo
En tu infame corazón.
Por tan bárbara traición
Te matara una y cien veces.
-¡Gracias a Dios que apareces
Tal como yo te quería!
-Clama con sorda alegría
Su hermano. -¡Ya me aborreces!
El frío intenso y tenaz
Calma pronto la zozobra
De Don Luis que al fin recobra
Su única dicha, la paz.
Y en él despierta vivaz
El recuerdo santo y tierno
De aquellas noches de invierno
En que, al amparo de Dios,
Juntos oraban los dos
En el regazo materno.
Y compara aquellos años
De inocencia y bienandanza,
Tan henchidos de esperanza
Como desnudos de engaños,
Con los martirios y daños
Que ha sufrido entre cerrojos:
Y ante los duros enojos
De aquél a quien tanto quiso,
Siente llegar de improviso
Las lágrimas a sus ojos.
Don Juan, que ya no refrena
Sus iras, marcha adelante.
Revelando en su semblante
La pasión que le enajena.
Yace la noche serena
En vago adormecimiento;
La luna en el firmamento
Sin celajes resplandece.
Y hay tal calma, que parece
Como aletargado el viento.
Cuando a desatarse empieza
La tempestad en el alma,
¡Qué insoportable es tu calma,
Oh madre Naturaleza!
Nunca a la humana tristeza
Das el ansiado consuelo,
Y en los momentos de duelo
Nuestra pena es más aguda
Bajo la impasible y muda
Indiferencia del cielo.
Atravesando un pinar
Llegan, tras breve jornada,
A una planicie situada
Entre las cumbres y el mar.
Nada parece turbar
La paz del estéril llano:
Sólo del ronco Océano,
Que con los peñascos lucha,
El sordo rumor se escucha
Como un gemido lejano.
Todo en el alma despierta
Un vago afán misterioso:
El infinito reposo
De la llanura desierta;
La luz sin color y muerta,
Que inunda el diáfano ambiente;
Los ecos del mar rugiente,
Y el ladrido prolongado
Con que el lebrel erizado
La catástrofe presiente.
Hay en la vasta llanura
Un tronco seco y sin ramas,
Despojado por las llamas
De su pompa y su hermosura.
De la escarcha la blancura
Le da un tinte funerario.
Pues se eleva solitario,
Ennegrecido y escueto.
Como gigante esqueleto
Bajo su roto sudario.
XL
Don Juan, que la marcha guía.
Detiénese allí, desnuda
Su espada, y con voz sañuda
Clama: -¡Tu vida o la mía!
En actitud grave y fría
Ante él su hermano se para,
Y mirando cara a cara
A su opresor: -¿Eso esperas?
-Le dice-. ¡Qué más quisieras
Sino que yo te matara!