Parte 2
Don Juan, dócil al consejo
Que en el mal le precipita,
Como el hombre que medita
Un crimen, está perplejo.
Bajo el ceñudo entrecejo
Rayos sus miradas son,
Y con sorda agitación
A largos pasos recorre
De la maldecida torre
El imponente salón.
Arde el tronco de una encina
En la enorme chimenea:
El tuero chisporrotea
Y el vasto hogar ilumina.
Sobre las manos reclina
Su ancha cabeza un lebrel,
En cuya lustrosa piel
Vivos destellos derrama
La roja y trémula llama
Que oscila delante de él.
El fuego con inseguros
Rayos el hogar alumbra;
Pero deja en la penumbra
Los más apartados muros.
Hacia los lejos oscuros
La luz sus alas despliega,
Y riñen muda refriega
En el fondo húmedo y triste.
La sombra que se resiste
Y la claridad que llega.
Hosco Don Juan y arrastrado
Por su incorregible instinto,
Cruza el gótico recinto
Convulso y acelerado.
¿Qué maldad o qué cuidado
Embarga su entendimiento?
Dijérase que el tormento
De su corazón, si fuera
El alma de aquella fiera
Capaz de remordimiento.
El odio que le avasalla,
Arrebatado y sombrío,
Tiene el ímpetu del río
Pronto a quebrantar su valla.
Ni se apacigua ni estalla
La cólera que en él late,
Y con mil ansias combate
Como corcel impaciente
Que a un tiempo el castigo siente
Del freno y del acicate.
En tan solemne momento
Lucha Tabares a solas
Con las encontradas olas
De su propio pensamiento.
¿Qué busca? ¿Cuál es su intento?
¿Triunfará Dios o Satán?
Nunca los hombres sabrán
Por qué el cerebro humano,
Como en el hondo Océano,
Las olas vienen y van.
En vano a vencerse prueba,
Y con fuerza prodigiosa
Vuelve la pesada losa
Que abre paso a oculta cueva.
Del repleto hogar se lleva
Un grueso leño encendido,
Y arrójase enfurecido
Por aquella negra entrada,
Lanzando una carcajada
Doliente como un gemido.
Alza el lebrel que dormita
La noble cabeza, el sueño
Sacude, y en pos del dueño
Gruñendo se precipita.
Don Juan, con ira inaudita,
Marcha como un torbellino,
Y va saltando sin tino
Uno tras otro escalón,
Entre el humo del tizón
Con que alumbra su camino.
Al fondo del antro baja,
Y con sus puños de hierro,
De un triste y lóbrego encierro
El postigo desencaja.
Yace postrado en la paja
Un ser miserable y ruin,
Que recelando su fin
Azorado se incorpora,
Y con voz conmovedora,
Grita: -¿Qué quieres, Caín?
Don Juan, insensible y duro,
La vista en torno pasea,
Y fija la humosa tea
En una grieta del muro.
-Luis -le responde- te juro
Que te engaña el corazón,
Pues no tengo la intención
De arrebatarte la vida
Como a una fiera cogida
En la trampa y a traición.