CANCIÓN DE LAS MONTANAS - Federico Schiller


El sendero que el vértigo produce,
Al borde del abismo serpentea;
Los genios que le guardan, te amenazan
Con una muerte cierta.

Si a ese dios destructor que hay en el fondo,
De su modorra despertar no intentas,
Es preciso que marches en silencio
Para que no te sienta.

Sobre profundidades tan terribles
Estrecho puente su tablero eleva;
No es obra de mortal, ni hay mortal mano
Que a hacerlo se atreviera.

Bajo él forma un torrente blanca espuma,
Irritado por cárcel tan estrecha;
Muge por la mañana y por la tarde,
Muge siempre, sin tregua.

A la negra región de los espíritus
Conduce sin tardar la horrible puerta;
Habitan en el fondo; y del sendero
Que alguno caiga esperan.

Por encima se tiende una campiña
Donde se unen otoño y primavera,
¡Con qué placer, huyendo de este mundo,
Yo viviría en ella!

Cuatro torrentes mugen en el valle
Hacia los cuatro puntos de la Tierra:
A Norte, a Sur, a Oriente y Occidente;
No hay quien su origen sepa.

Y como que está oculto a las miradas
El manantial donde su vida empieza,
Su destino es correr siempre perdidos
En la extensión inmensa.

Dos rocas se levantan sobre el mundo,
Sobre toda altitud, y voltejean
En sus agudos picos blancas nubes,
Vapores de la tierra.

Allí, pues, sobre un trono deslumbrante,
Que los hombres no ven, vive la reina
De las altas montañas: la coronan
Mil zafiros y perlas.

El Sol lanza sus rayos, envidioso
De tanta brillantez, que le avergüenza;
Y queriendo fundir tan ricas joyas,
Realza su belleza.