LA POESÍA Y NUESTROS SENTIMIENTOS
Todas las obras literarias de extraordinario mérito han sido escritas por hombres capaces de sentir profundamente y de expresar bellamente lo sentido.
A todos nos liga un parentesco sentimental que nos hace hermanos. Somos semejantes, porque pasamos por las mismas alegrías y tristezas, por las mismas ilusiones y desengaños. La suprema ley de vivir a todos nos iguala, y en mayor o menor grado sentimos euforia y abatimiento, tristezas y regocijos, esperanzas y no pocas desilusiones.
El poder de explicar esos momentos íntimos de la vida del hombre lo tienen los poetas y los filósofos. Éstos, tratando de verter conceptualmente y de explicar según sus causas y relaciones tales estados y movimientos profundos del espíritu; aquellos, intentando traducir a un lenguaje concreto, por encima del concepto, la misma realidad compleja y sutil del alma humana.
Así, pues, no es sólo la alegría lo que pueden comunicarnos los poetas con sus versos, sino también la tristeza, la desesperación, la angustia, el dolor, la duda, el odio, el amor, la compasión, el deseo, la admiración, la fe, la veneración, la esperanza, y todos los sentimientos y emociones que, en general, pueden tener cabida en el alma del hombre.
Un gran poeta es aquel que se muestra capaz de hacernos vibrar de indignación ante una injusticia, y también el que puede hacernos estremecer con un placer leve y delicado ante el dibujo y la fragancia de una flor. Un gran poeta es el que sabe penetrar hasta lo más profundo de nuestra alma y escrutar allí los más escondidos sentimientos para expresarlos luego con palabras precisas, adecuadas, concretas y al mismo tiempo de valor universal.
Tales sentimientos configuran una vastísima gama. Aun leyendo de corrida y fijando someramente la atención, no es posible recorrer las numerosas poesías publicadas en esta parte de la obra sin echar de ver que los sentimientos en ellas expresados y los que despiertan en nosotros varían constantemente. Pero el gran milagro de la poesía consiste precisamente en la admirable ductilidad de la musa, que se presta a la expresión de tan diversas emociones, y que con la misma fuerza y penetración se aplica a comunicar la exultante alegría del soldado vencedor o del amante correspondido que la profunda tristeza del padre que ha perdido su hijo o del exilado que deja los límites queridos de su patria.
Porque la poesía no es, como la filosofía, obra de la inteligencia reflexiva, que se vale de conceptos, sino, por el contrario, producto de la imaginación creadora, que expresa la vida profunda de la emotividad humana.
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