San Atanasio, célebre polemista, firme columna del cristianismo
Nació este preclaro varón en Alejandría en el año 294, y murió en 373. El patriarca de esa ciudad, san Alejandro, seducido por la precocidad del talento del joven Atanasio e intuyendo que habría de ser verdadera lumbrera y firme columna del cristianismo, tomó a su cargo la educación de aquella singularísima inteligencia y guió sus primeros pasos en el camino de la ciencia y de la virtud. Aún no había cumplido Atanasio veinte años, cuando san Alejandro, cada día más encantado de las grandes y extraordinarias dotes que revelaba, lo nombró secretario mayor y le hizo utilizar los extensos y profundos conocimientos que había adquirido, así como sus condiciones excepcionales de polemista, en la lucha contra los herejes, muy especialmente contra Arrio, que por aquella época comenzaba su propaganda de disidente cismático.
En el concilio de Nicea, celebrado, sobre todo, para combatir el arrianismo, el joven Atanasio sobresalió mucho más que por su sabiduría, que era asombrosa, por el ardor de su piedad y la vehemencia de su celo. Elevado después a la dignidad episcopal, señalóse tanto por sus trabajos filosóficos cuanto por sus cristianas virtudes. Hombre de tan extraordinarias prendas y de tan heroicas acciones, prelado que por sus talentos y aptitudes había merecido brillar más que todos y aparecer en muy elevado lugar, no podía menos que tener envidiosos y enemigos. La envidia nada perdona, ni retrocede ante nada; Atanasio fue para Arrio y sus partidarios enemigo irreconciliable y odiado; acusáronle de ambicioso, de usurpador, de soberbio, de concusionario y hasta de asesino; pero, a pesar de estas calumnias, que alguna vez encontraron eco en la opinión y llegaron hasta los oídos de los mismos emperadores, Atanasio triunfó siempre y ni una sola vez dejó sin confundir a sus detractores. La vida agitada de Atanasio, llamado el Grande, simboliza y resume el estado de la Iglesia en su tiempo. Hervían en ella numerosas sectas enemigas y ambiciones desbordadas; la lucha entre unas y otras era enconada y sin tregua. En medio de este ambiente de rencores, Atanasio no abandonó sus ejercicios piadosos, ni sus trabajos literarios, pues escribió obras memorables, que revelan la inteligencia y virtud de tan conspicuo varón.
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