Triste fin de una vida que tanto contribuyó a civilizar el mundo
Nada prosperaba ya con Gutenberg, después de su desgracia, y acabó sus días con una pensión que le pasaba el bondadoso arzobispo de Maguncia. Nadie supo su muerte. Exhaló su último suspiro en 1468, trece años después de completar el trabajo que había de hacer de él una de las más grandes personalidades del mundo. Cerca de cuatro siglos después, erigieron los ciudadanos de Maguncia una estatua en su honor. Ya no la necesitaba entonces, porque su fama estaba extendida por todos los continentes. Dieciséis años después de haber salido de la prensa la primera Biblia, practicaban el arte de imprimir las principales ciudades de Alemania e Italia. Aparecieron prensas en Estrasburgo, Colonia, Roma, Florencia, Nápoles, Bolonia y Milán.
En España se imprimieron ya libros en 1474; en Valencia fue donde se publicaron les Troves a la Verge, precioso incunable que conserva la Biblioteca Universitaria de aquella ciudad. En 1515 dábase a luz en Alcalá de Henares, y bajo los auspicios del cardenal Cisneros, la Biblia políglota complutense, labor editorial que tanto por los profundos conocimientos filológicos y escriturarios de sus autores como por la variedad de caracteres tipográficos empleados representa el mayor adelanto alcanzado en aquella época.
Por lo que respecta a este sagrado libro, aunque los judíos de España y Portugal fueron los primeros en valerse de la tipografía recientemente inventada, pues dieron a la estampa algunos pasajes de la Biblia judaica, sin embargo, la primera impresa en su totalidad apareció en la hermosa edición de Soncino en 1488.
Pagina anterior: La desgracia que sobrevino a Gutenberg a la hora del triunfo
Pagina siguiente: Cómo el saqueo de la ciudad diseminó a los impresores por toda Europa