El sintonismo impresionista del boloñés Ottorino Respighi
Italia nos ofrece también vidas ejemplares entre compositores que abordaron otros géneros, además del teatral. Entre ellos figura Ottorino Respighi, nacido en Bolonia, en 1879 y muerto en Roma, en 1936. Formado en el Liceo Musical de su ciudad natal, donde tuvo como maestros, entre otros, a Santi y Martucci, después de haberse graduado recibió también lecciones de Rimski-Korsakov en San Petersburgo, y de Bruch, en Berlín. Al principio se dedicó a la docencia, como profesor de composición. En ocasión del concurso para proveer dicha cátedra en el Conservatorio de Santa Cecilia, de Roma, en 1913, se presentó junto con otros trece postulantes de reconocidos méritos, a quienes venció con justos títulos. Posteriormente, durante el período 1921-1925, ejerció la dirección de dicho instituto, que renunció para realizar varias giras de conciertos en el extranjero, en compañía de su esposa y colaboradora, la cantante Elsa Olivieri Sangiacomo.
Con otros autores de nombradía, Respighi quiso devolver a Italia el prestigio que por su larga tradición le correspondía en el orden instrumental.
Se inició como operista, pero en sus óperas se vislumbran ya los elementos del sinfonismo impresionista que nos legó en páginas tan interesantes como Las fuentes de Roma (1916), Los pinos de Roma (1924), Fiestas romanas e Impresiones brasileñas (1932), en las que la fuerza descriptiva y la emotiva alcanzan alturas raras veces igualadas. Simultáneamente escribió para el teatro obras líricas como La llama y La campana sumergida o recurrió a otras soluciones mímico-danzantes como los ballets Los pájaros y La boutique fantasque orquestado sobre temas de Rossini. En 1932 estrenó su misterio María egipciaca, escrito especialmente para la Asociación Wagneriana de Buenos Aires, que inauguró su sala de conciertos durante la visita del compositor en 1929.
La vida de este insigne compositor se apagó en la villa que poseía en una de las siete colinas de Roma, en medio del hermoso e inconfundible paisaje bordeado de pinos que él, como ninguno, supo describir tan maravillosamente. Respighi fue, por encima de todo, un músico, más que italiano, esencialmente romano, pero sin embargo sus composiciones hablan un lenguaje universal que llega hasta el corazón de todos los hombres.
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