Los comienzos de la vida de David Livingstone como explorador y misionero


Livingstone deseaba establecer una misión en el Transvaal, y viendo que no podía realizarlo, dirigióse al Norte del país donde se hallaba Moffatt y donde ningún blanco había penetrado hasta entonces. Por el camino descubrió un gran lago llamado Ngami, v este descubrimiento determinóle a llevar a cabo la exploración del país de uno a otro extremo, tardando cuatro años en realizar esta hazaña. Exploró desde el lago, en línea recta, hasta el Océano Atlántico por el Oeste; luego, regresando, exploró desde el Este del lago hasta que salió a la costa del Océano índico. Livingstone estuvo enfermo con bastante frecuencia y falto de víveres y medicamentos, pero no se desanimó jamás. Por donde quiera que iba predicaba a los indígenas, y éstos le querían. Algunos de ellos siguiéronle como discípulos, hasta su muerte.

Regresó a Inglaterra para procurarse algún descanso, después del cual marchó de nuevo a proseguir su tarea. Su esposa murió en África, y aun cuando este acontecimiento le entristeció sobremanera, continuó sus exploraciones y su predicación. Trazó el curso de importantes ríos y descubrió lagos grandes como mares, en medio de extensísimas selvas, buscando siempre las regiones del país que más podían convenir a los blancos. Regresó nuevamente a Inglaterra, y, tras algún descanso, volvió al continente africano, estableciéndose entre los salvajes y las fieras. Por fin no pudo avanzar más y hubo de quedarse, casi muriéndose de hambre y de una grave enfermedad, en un lugar llamado Uyiyi. Aquí le encontró otro explorador enviado en su busca, y que le llevaba víveres y vestidos.

No bien estuvo restablecido prosiguió Livingstone su trabajo de exploración, no dejándolo hasta que se vio obligado a ello, por su postrer enfermedad. Tuvo entonces que refugiarse en Bala, pues hallábase gravemente enfermo.

-Construidme una choza para morir en ella-dijo Livingstone a sus hombres. -Siento mucho frío; ponedme más hierba en la choza.

Construyéronle la choza y le acostaron, y a la mañana siguiente hallárosle muerto, arrodillado junto a la cama. Los fieles servidores del gran hombre sabían que sus amigos querían fuese enterrado en Inglaterra y marcháronse del país llevándose su cadáver hasta Zanzíbar, distante muchos centenares de kilómetros. Los salvajes de las regiones por las cuales habían de pasar, temían supersticiosamente que el difunto misionero les causara daño pues creían que el paso del cadáver por allí les acarrearía grandes males. Así los compañeros de Livingstone hicieron otro bulto, simulando que el cadáver estaba dentro; volvieron atrás con él, lo enterraron, y lleváronse el verdadero cadáver envuelto, como si fuese sencillamente un fardo de mercancías, y de ese modo la expedición pudo llegar a Zanzíbar. Desde allí fue conducido a Inglaterra y sepultado en la Abadía de Westminster.

Antes de morir Livingstone, sus amigos de Inglaterra estaban muy inquietos por su suerte, pues hacía muchísimo tiempo que no sabían su paradero. Por esta causa enviaron otro explorador en busca del misionero. Llamábase el jefe de esta expedición Enrique Morton Stanley. Era tan pobre cuando muchacho, que hubo de recibir 3U primera educación en la escuela pública gratuita de la aldea en que había nacido, situada en el país de Gales. Su verdadero nombre de familia era Rowlands, pero al llegar a la edad adulta partió a América y tomó el de Stanley, que era el apellido de un caballero norteamericano que le favoreció mucho. Viajó largo tiempo, y siempre hacía tan bien las cosas y tenía tanta confianza en sí mismo, que el propietario de un gran periódico de los Estados Unidos le ofreció cuanto dinero le hiciera falta para ir al África en busca de Livingstone.

Así, pues, Stanley partió a cumplir su cometido; al llegar a Zanzíbar procuróse los hombres que habían de servirle de escolta, y se puso en camino con ellos hacia el punto donde podría encontrar a Livingstone, si aun vivía, o donde pudiese obtener noticias de su muerte, si había muerto ya. Llegó Stanley a Uyiyi en el preciso momento de poder salvar la vida al misionero. El encuentro fue de los más conmovedores. Estaba Stanley tan contento de haber hallado al hombre a quien había ido a buscar tan lejos, que de buena gana le hubiera dado un abrazo.

Allí, ante la puerta de su choza, estaba Livingstone de pie, pálido, demacrado y enfermo, y muy pobremente ataviado. Hallábase rodeado pollina multitud de indígenas. No pudo Stanley, por la emoción que le embargaba, expresar cuan grande era su satisfacción. Todo lo que acertó a decir fue:-¿El doctor Livingstone, según creo? Parecióle a Livingstone este saludo tan extraño en aquellas distantes regiones selváticas, que no pudo menos de sonreír. Quitóse la gorra y contestó cortésmente:

-Sí.

Luego Stanley púsose el sombrero, y Livingstone la gorra. Miráronse atentamente los dos hombres, estrecháronse gozosos la mano, y Stanley dijo:

-¡Gracias doy a Dios que me ha permitido veros!

Y durante muchos días conversaron ambos largamente, escuchando Livingstone las noticias que le daba Stanley acerca del mundo civilizado, y contándole él la historia de sus aventuras.

Dejóle Stanley víveres, vestidos y medicamentos, y regresó a América, donde la narración de su afortunado viaje le valió grande y merecida fama. El pobre Livingstone permaneció en el continente africano hasta su muerte. Después volvió Stanley al África como explorador. Dio la vuelta al gran lago Tanganyika y siguió el curso del río Congo hasta el mar. Más tarde hizo otra expedición, para socorrer al viajero alemán Emín Pacha, que se había perdido con sus compañeros.

Muchos otros hombres famosos han contribuido a dar a conocer el África. Speke y Grant corrieron grandísimos peligros explorando los grandes lagos. Sir Samuel Baker realizó más exploraciones y halló un lago al cual dio el nombre de Alberto Nianza. Por dondequiera que estuvo Baker acompañóle su esposa. Finalmente, el español Abargués de Sostén exploró detenidamente varias regiones del norte.

Por este tiempo iba conociéndose ya casi toda el África, aunque no de una manera cabal. La Gran Bretaña adueñóse del territorio meridional llamado Colonia del Cabo, y desde allí hicieron los ingleses frecuentes viajes al Norte. Emigró mucha gente de Portugal, Alemania, Francia y Bélgica, y fueron a establecerse en las costas, y desde estas pequeñas colonias salieron exploradores para hacer más y más descubrimientos en el interior.

Cada día vamos conociendo un poco más del Continente Negro, pero aun no lo conocemos todo. África es tres veces tan grande como Europa, y en algunas de sus regiones los expedicionarios sólo pueden recorrer distancias muy cortas diariamente.