El sacrificio de Francisco Morazan en pro de la unidad de los países centroamericanos
La vida política de América Central había comenzado con muy malos auspicios. Las luchas empeñadas, primero por la anexión al Imperio Mexicano, y luego por la forma de gobierno, produjeron hondas divisiones entre los gobernantes. Es entonces cuando surge la vida de Francisco Morazan, llamado a querer realizar la verdadera unidad de esos países en uno solo. Militar de prestigio, unió a sus relevantes dotes un desinterés y un apasionamiento sin límites. Durante las luchas intestinas toda su acción estuvo encaminada a combatir a los separatistas, esto es a los que deseaban desintegrar el conglomerado de los pueblos centroamericanos.
Cuando la calma parecía renacer y Morazan ocupaba el cargo de jefe del Estado de Honduras, los centroamericanos pusieron los ojos en él y espontáneamente lo eligieron, en setiembre de 1830, para que presidiera la República. Desde este cargo tuyo que afrontar una gran revolución conservadora, cuyos partidarios llegaron a izar la bandera española, y combatir el movimiento separatista que alentaran los salvadoreños. Terminado su período constitucional, fue elegido por segunda vez. Los odios continuaron exacerbándose, y entonces los conservadores ofrecieron su apoyo a Morazan, para un tercer período, con la condición de que se erigiera en dictador. El patriota rechazó airado la proposición y se retiró a El Salvador, donde el pueblo lo eligió Jefe del Estado. Los ejércitos aliados de Honduras y Nicaragua invadieron este país, y Morazan logró derrotarlos. Poco después, una facción sorprendió el cuartel de la capital e intimó a Morazan la entrega del poder bajo la amenaza de que, si no accedía, su familia, que estaba prisionera, sería pasada a cuchillo. Morazan respondió con entereza: "Los rehenes que mis enemigos tienen son para mí sagrados y hablan muy alto a mi corazón, pero soy el jefe del Estado y debo atacar pasando sobre los cadáveres de mis hijos; mas no sobreviviré un momento a tan horrible desgracia". Morazan atacó, recobró la ciudad, y así salvó a su familia. Después, con el objeto de que no continuara la guerra, renunció a la jefatura y se expatrió voluntariamente. Empero, el destino se negaba a otorgarle la tranquilidad: el pueblo de Costa Rica, oprimido, lo llamó para que lo libertara, y Morazan volvió de nuevo a la lucha. Triunfó en ella y fue elegido presidente de la República de Costa Rica. Quiso entonces restablecer la República de la América Central, pero los aprestos que para tal fin realizó provocaron una terrible revolución, cuyo resultado final fue, debido a un traidor que lo entregó al enemigo, su fusilamiento el 15 de setiembre de 1842, aniversario de la Independencia.
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