San Juan Bosco, un pedagogo que ejerció su misión cuando aún era un niño
Juan Bosco nació en una familia humilde. Huérfano de padre desde los dos años, quedó al cuidado de mamá Margarita, como siempre llamó a su madre a través de los años. De pequeño se ocupaba de apacentar rebaños, y en tal menester pasaba los días en el campo en compañía de otros niños de igual oficio. De inteligencia viva y despierta, Juan retenía de memoria las enseñanzas del catecismo que oía al párroco los domingos, y cuando se reunía con los compañeros de trabajo, se sentaba sobre una piedra y les repetía las lecciones que había aprendido. Así, desde la edad temprana, manifestaba inclinación a lo que habría de ser el ministerio de toda su vida: la educación.
Desde muchacho Juan mostrábase tan deseoso de estudiar, que jamás se cansaba de leer cuantos libros caían en sus manos. Cuéntase que sus compañeros se irritaban a veces porque prefería la lectura a los juegos. En una ocasión llegaron hasta amenazarle para que dejase de leer. Pero el niño replicó: “Pegadme, si queréis; pero dejadme estudiar”.
Ordenado sacerdote, un día, en diciembre de 1841, se hallaba preparado para celebrar misa cuando oyó los gritos de un niño harapiento al que e) sacristán había echado de la sacristía por negarse a ayudar la misa. Don Bosco quiso conocerlo, lo consoló y lo instruyó; tal sería el comienzo de su obra instructiva y educadora de los niños abandonados. A este niño se unieron otros y con ellos Don Bosco formó el “Oratorio”. Mamá Margarita, la madre del santo, cocinaba y cumplía las funciones maternales de este nuevo hogar. Así nació la obra salesiana, cuyos colegios y métodos de enseñanza, basados en el amor y la alegría, habrían de multiplicarse y extenderse por todo el mundo.
Don Bosco murió el 31 de enero de 1888, después de dejar fundada y firmemente asentada la Congregación de los Salesianos. El papa Pío XI lo canonizó inscribiendo su nombre en el santoral de la Iglesia católica.
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