Domingo Faustino Sarmiento, un nombre que alcanzó las proporciones del mito
Si hay algo incontrastable en la vida de este hombre enorme, contradictorio y múltiple que es Domingo Faustino Sarmiento, es que una irresistible vocación lo impulsó siempre a los ámbitos de la pedagogía. Sarmiento tuvo en todo momento alma de pedagogo. Comenzó a enseñar a los quince años, como maestro feliz, en las sierras de San Luis; y anciano ya, estuvo hasta el fin dedicado a visitar escuelas encontrando sus delicias entre los pequeños. Su rostro se transformaba y su voz adquiría extrañas resonancias cuando disertaba sobre su tema favorito: la necesidad de multiplicar las escuelas. Creó las Normales, organizó las Primarias, dictó reglas de la enseñanza Secundaria, impulsó la Universidad, difundió las escuelas Militar y Naval de la Argentina y creó los fundamentos superiores de la Educación argentina, que en parte todavía se conservan.
Pero este hombre proteico, desmesurado, gigantesco, no fue nunca un educador teórico. La inclinación de su inteligencia, que fue grande, no lo disponía para la sutileza de la meditación y de las construcciones orientadoras. Ocurre con su talento lo que con su aspecto físico. Éste es macizo, esculpido groseramente, nada tiene de la prestancia de Güemes, la varonil belleza de Rosas o la elegancia de Alberdi; es el elefante poderoso, considerado no sin razón el rey de la selva, y que todo lo arrasa al pasar. Por eso existen zonas del pensamiento que siempre le fueron vedadas: Sarmiento nunca fue un filósofo, ni fue tentado por la filosofía. Y careció además, de sentido histórico, en lo que llegó a increíbles conclusiones. Quizá la raíz de esta paradojal personalidad, haya que buscarla en el carácter apasionado con que se entregó sin medida a las causas que consideraba nobles. Y así, desde la infancia, transcurrida durante las luchas por la independencia, encarnó en su alma el odio a España, absoluto, total, sin medias tintas, tan violento en la vejez como en la juventud. Sarmiento jamás comprendió a España, ni su legislación, ni su historia, ni su literatura, ni sus formas culturales. España era para él “lo que no sirve” y que había que aplastar. La construcción argentina había que hacerle, por lo tanto, fuera de lo español y de su tradición.
Por esto, cuando busca apasionadamente una orientación para la escuela argentina, encuentra natural adopta]1 los antecedentes estadounidenses, pues, durante su permanencia en c: país del norte ha quedado deslumbrado por su vertiginoso progreso. Desgraciadamente, Estados Unidos no se hallaba entonces, en materia pedagógica, en lo mejor y más avanzado de las hermosas realizaciones que luego habría de alcanzar. Todavía dominan por aquel tiempo las viejas tradiciones de la escuela sajona, levemente suavizadas por el aire liberal de la Revolución Francesa. Sarmiento, en consecuencia, cuando tiene que expresar ideas pedagógicas se vuelve al pensamiento estadounidense, como el de Mann. y lo traslada al suelo argentino, sin inquietarse de que la semilla no esté adaptada para esas tierras; y así se muestra autoritario hasta no retroceder ante medio alguno para mantener el orden y estimular a los alumnos, y defiende, al menos durante gran parte de su vida, el aforismo de que la letra con sangre entra, porque recuerda los castigos corporales de la antigua escuela sajona. Y cuando tiene que fijar los programas de la escuela Normal de Paraná, a la que considera el modelo y el ideal de sus realizaciones, fija seis términos para el estudio del inglés y tres para el idioma castellano. A este mismo impulso obedece su afán de importar maestros de los Estados Unidos de América, para que orienten la educación y sirvan de modelo de la enseñanza argentina.
Y. sin embargo, con todas las deficiencias que comporta su información unilateral y su pasión desmedida por lo que él entiende requerido por el desarrollo argentino, algo hay en Sarmiento que atrae hacia él el recuerdo y el respeto aun de los propios enemigos, con los que se trenza a diario en polémicas en la prensa y en la oratoria. Sin duda, es el hombre que más ha influido sobre su época, y su nombre, convertido justamente en mito, por lo que ha intuido y por lo que ha impulsado, preside en los tiempos actuales cuantas realizaciones nobles y fecundas se desarrollan en materia educacional argentina.
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