La extraordinaria atracción de un glorioso montón de ruinas


Abandonemos el Capitolio y bajemos al Foro por el otro lado. Al principio ofrece tan pobre perspectiva, que nos produce cierto desencanto; pero al paso que avanzamos nos va pareciendo más vasto y grandioso, hasta que nos hallamos en medio de un mundo de ruinas. Debemos tener presente lo que sucedió en el Foro en los días en que esta gran plaza era el centro y la gloria de la arquitectura mundial. Así como el Imperio Romano se hundió con la invasión, de igual modo los grandes monumentos de Roma se han ido sepultando en el polvo de los siglos. Los palacios de los Césares cayeron, se derrumbaron los templos, y centenares de años han pasado sobre Roma, reduciendo sus esplendores a un montón de escombros. En el siglo XV esta plaza, donde se levantaron tantas maravillas, era una muralla impenetrable de ruinas. Donde antes hubo templos, se cultivaron huertas con árboles frutales, y por allí donde pasaron los carros triunfales seguidos de la multitud que vitoreaba a los héroes, caminaban con paso tardo las yuntas de bueyes. Allá llevaron los campesinos su ganado para que pastara. Sólo asomaban por encima de la hierba los capiteles de las grandes columnas, como anunciando que, debajo de la tierra, se escondían imponderables restos de una gran civilización.

Del Foro se olvidó hasta el nombre, y tan poca cosa dejó verse de todo el antiguo esplendor, que a principios del siglo xix lord Byron, el famoso poeta inglés, llamó a una de aquellas columnas «la columna sin nombre de la casa enterrada».