Un extraño espectáculo en el desierto, el campamento de los beduinos
Un campamento árabe en el desierto constituye un espectáculo singular, muy digno de ser visitado. Desde luego, es indudable que el campamento se hallará instalado en una hondonada y esto por dos razones: la primera, porque le es necesario ocultarse de la vista de las otras tribus errantes; la segunda, porque lugares así proporcionan el abrigo que lo defiende de los vientos abrasadores que soplan en el desierto.
El gran campamento queda cuidadosamente instalado. Algunas tribus extienden sus tiendas formando con ellas el perímetro de un gran cuadrado; otras prefieren un pintoresco óvalo. Lo que nunca falta es el símbolo de la autoridad del jeque. Este reyezuelo planta siempre su lanza enfrente de la tienda; y precisamente detrás de ella está la sección, provista de cortinas, que destina el campamento para la recepción de sus huéspedes. ¡Cuan efusiva y aun patética es la hospitalidad de estos árabes! Jamás han desmentido su amable cortesía para con los viajeros que los visitan en sus campamentos. Nunca se ha oído decir que beduino alguno faltase a las leyes de la hospitalidad; así, el cansado viajero que, al caer la tarde, llega a un campamento es objeto de un entusiasta recibimiento por parte de estos árabes; las mujeres se apresuran a traerle agua para que pueda refrigerarse y hallar algún alivio contra los ardores del sol que durante el día le han asaeteado; y antes de que se le pregunte cosa alguna, le sirven una gran taza de leche de camella. Por la noche se matará una oveja o un cordero y se celebrará un festín que no dejará nada que desear.
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