Invasión de los turcos y ruinas de los enemistados pueblos cristianos
La historia de cómo el heredero de la corona turca penetró en Europa, después de cruzar con ochenta hombres los dardanelos sobre una balsa, es de las más extraordinarias. En la parte más angosta del estrecho -igual que un río de regular anchura- lograron tomar un fuerte, primer baluarte de los otomanos en Europa. No habían pasado muchos años, y ya pueblos, orillas y valles habían caído bajo el poder del conquistador, incluso Andrinópolis, la segunda ciudad del imperio, ubicada en fértil cuenca. Además de su valor y conocimiento del arte de la guerra, ayudaba a los turcos la debilidad de los emperadores bizantinos y las disensiones de los pueblos cristianos balcánicos, que, enemistados unos con otros, se destrozaban mutuamente mientras se acercaba el día de su ruina; los mismos pueblos cristianos próximos a la península: venecianos, genoveses, húngaros, polacos y austríacos, estaban desunidos, demasiado preocupados por sus asuntos para unirse contra los poderosos invasores.
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