Versalles, perfecta armonía entre la inteligencia, el corazón y los sentimientos
París tiene infinidad de sitios dignos de ser visitados; solamente una residencia algo prolongada permitiría al extranjero ir a mil y un lugares donde puede admirarse el genio artístico e industrioso de los franceses. Pero no queremos cerrar este capítulo sin hablar de Versalles que, aunque algo distante, debe considerarse entre los monumentos históricos parisienses.
Versalles, que tuvo sus orígenes en un pequeño pabellón de caza elevado por Luis XIII en medio de bosques circundados por colinas, fue la residencia permanente de Luis XIV y albergue de su corte. El palacio, que puede alojar con comodidad a 10.000 personas, posee regios salones y extensas galerías, entre las que sobresale la de los espejos, de 72 metros de largo por 10 de ancho y 13 de alto. Recibe luz por diez y seis grandes ventanas, frente a las cuales se levantan espejos biselados de acuerdo con el gusto veneciano. Desde aquí la vista se recrea con jardines de belleza inigualable, artística y variadamente diseñados.
La escultura francesa de la época tuvo allí su mejor representación en el equipo de artistas que se reunió bajo la dirección de Le Brun; ese grupo supo armonizar el mármol, bronce y plomo dorado de sus obras con la grandeza imponente de los jardines creados por el talentoso André Le Nótre. En medio de tanta belleza surgen las grandes fuentes con escenas en las que los pintorescos juegos de agua han sido entrelazados en una disposición decorativa muy feliz.
La estatuaria, en plena armonía con el césped, el follaje y las aguas, fue tan sabiamente regulada que Versalles posee un encanto muy humano dentro de líneas de admirable perspectiva; es el perfecto equilibrio entre la inteligencia y los sentimientos.
Versalles es, a la vez que palacio. Museo Nacional, único en su género, pues encierra, tal como cuando vivían sus moradores, los salones y habitaciones de Luis XIV, de sus sucesores y de las reinas; la parte llamada Museo Histórico tiene su origen en la disposición de Luis Felipe, quien quiso convertir el edificio en un vasto museo nacional de todas las glorias de Francia. De entre sus numerosas salas merecen especial atención los gabinetes particulares de Luis XV y Luis XVI; las grandes habitaciones de la reina, de rica decoración y con magníficos cuadros, en las que tuvieron sus dormitorios María Teresa, María Leczinka y María Antonieta. La galería de las batallas, soberbia sala decorada con notables cuadros y artísticos bustos de príncipes, de almirantes, condestables y generales franceses muertos por la patria, es otra de las salas importantes.
Así y mucho más es París, con sus recuerdos y su eternidad, donde se sueña, respira y confirma la divisa de san Luis: “París, sin igual”.
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