El imperio británico en la época de su mayor expansión


El espíritu de expansión que Gran Bretaña venía manifestando en sus asuntos exteriores estaba siempre latente en el interior y pronto a producir sus naturales efectos en toda ocasión propicia. Muerto el último Jorge, le sucedió su hermano Guillermo IV, el rey marino, tras cuyo breve reinado de siete años subió al trono su sobrina, la princesa Victoria, que a la sazón contaba dieciocho años.

El reinado de Victoria I fue el más largo y también el más próspero de la historia de Inglaterra, porque en él la nación llegó al grado máximo de su engrandecimiento y de su gloria. El florecimiento de ciudades como Londres, Liverpool, Manchester, Glasgow y Belfast señala el excepcional progreso alcanzado en Gran Bretaña por la industria y el comercio, base de su actual potencia económica; y la extensa área de tierras coloniales que constituyen el imperio británico nos da idea de cómo el Reino Unido logró en este período el fin tan deseado de ser dueño del mar y llegar además a ocupar el primer puesto entre las grandes potencias.

Largos años de paz exterior habían permitido a Gran Bretaña atender al orden y al fomento interior, cuando inesperadamente se vio envuelta, juntamente con su antigua rival Francia, en una guerra con Rusia. Ambas temían que esta nación adquiriese demasiado poderío si realizaba sus planes sobre Turquía, y, para impedirlo, lucharon contra ella en la pequeña península de Crimea. Al final de la campaña cayó Sebastopol después de un año de sitio; y el júbilo con que se recibió en Gran Bretaña la noticia de la paz puso de manifiesto la impopularidad de aquella guerra.

La rebelión de los cipayos hizo también pasar días de angustia a Gran Bretaña. Hubo momentos en que se temió que el gran imperio de la India, en que, al cabo de cien años de acción perseverante, se habían convertido las fundaciones de Clive, se perdiese enteramente. Un día, los soldados indígenas (cipayos) se sublevaron y atacaron la población blanca. Cuando Gran Bretaña logró sofocar el movimiento, consolido todavía más su extenso imperio.

La reina Victoria acabó su largo reinado en medio de la guerra del Transvaal, y su hijo Eduardo VII, que le sucedió en 1901, fue el encargado de hacer la paz con los bóeres.