Llega la triste noticia a París y es destituido el emperador


En cambio, cuando la triste noticia llegó a París, Napoleón III fue destituido, y proclamada la República. El nuevo gobierno insistió en continuar la guerra. Quince días después de la batalla de Sedán los alemanes sitiaban a París.

Un segundo ejército francés, aun mayor que el derrotado en Sedán, era ahora vencido en Metz; pero a pesar de este segundo desastre los franceses intentaron con gallardía arrojar a los alemanes de París. Bismarck estaba ya en disposición de dar su cuarto y último paso.

Durante este tiempo los Estados de Alemania, reunidos para pelear contra un enemigo común -su más peligroso enemigo del pasado- deliberaron juntos y decidieron que, puesto que las armas de Prusia habían salido triunfantes, sin duda alguna había llegado el momento de poner un sello a la unidad de sentimiento que se hacía cada vez más fuerte, pidiendo a Guillermo I, el rey del Estado victorioso y director, pasara a ser emperador alemán, cabeza de la confederación de reyes y príncipes.

Es digno de atención que la brillante escena en que Guillermo I, rodeado de príncipes y generales, fuera proclamado con entusiasmo emperador alemán, se verificara, por azar de la guerra, en la vasta sala del soberbio palacio de Versalles, edificado por el mayor enemigo de Alemania, Luis XIV, sala en la que tantos planes se habían discutido encaminados a la destrucción de este país.

Esto sucedía el 18 de enero de 1871. En el mes de mayo se concertó la paz con Francia, y el emperador Guillermo I y su gran ministro Bismarck pudieron atender enteramente a sus planes de unir los Estados de Alemania, bajo la dirección de Prusia, tarea que se desarrolló durante los veinte años siguientes, y que no fue, en modo alguno, labor fácil.

Los habitantes de las varias provincias tuvieron que vencer antiguas rivalidades y antipatías, y hoy aún se diferencian mucho en opiniones, en costumbres y en religión. El norte de Alemania es principalmente protestante, y el sur, mayormente católico, en tanto que en las provincias del Rin ambas religiones cuentan un gran número de fieles.

Bismarck, el canciller de hierro, se mantuvo firme en su único propósito, y tuvo muchas luchas con varios partidos, tanto dentro como fuera del Reichstag, y tanto más si solicitaba dinero para sufragar los gastos del ejército, “Espero que lo darán -dijo en cierta ocasión- o tendremos que tomarlo como podamos.” La enorme suma de dinero que Francia tuvo que pagar a Alemania después de la guerra, sirvióle de mucho para gastos de mejoras de todas clases. Se hicieron grandes esfuerzos a fin de hallar nuevos mercados para colocar todos los artículos producidos en el país y para aprovechar las primeras materias que fácilmente podían obtenerse de otros puntos. Tomáronse disposiciones para diseminar a los trabajadores de algunos de los Estados más pobres y apartados, y los llevaron a donde abundaba el trabajo. Se instituyó una sola unidad monetaria y un mismo sistema de pesas y medidas en todo el imperio. Las leyes de los diferentes Estados se refundieron y se inauguró un espléndido servicio postal y telegráfico.

Otro adelanto muy importante fue que los ferrocarriles, que empezaban a cubrir los varios Estados con sus redes de líneas, fueron puestos a poco bajo la dilección de una administración central.

Durante la agonía del anciano rey y emperador Guillermo I, millares de personas afligidas permanecieron ansiosas en la avenida Unter den Linden y en la plaza del palacio. A este gran rey le había sido dado, con Bismarck, el llevar a cabo la más admirable labor patriótica, y Alemania lo respetaba y quería como a su padre.

Su hijo Federico III reinó únicamente durante algunos meses; pero en este corto tiempo se hizo memorable para todos los pueblos y para todas las edades por el ejemplo de noble entereza con que arrostró los padecimientos y la muerte.

Con el reinado de su hijo Guillermo II, entramos en la historia de la Alemania de nuestro siglo.