Un ferrocarril que cruza valles y horada montaƱas
Todavía hemos de ascender a mayor altura, al Wengern Alp y a la cima del paso del pequeño Scheidegg; pero nos decidimos a hacerlo en tren, que corre entre prados y pinares, y atraviesa muchos puentes y túneles. Según vamos subiendo, la vista panorámica se hace más y más grandiosa, pues se descubre el valle de Lauterbrunnen y las montañas que lo rodean. Luego nos sentimos asombrados con la emocionante proximidad de los glaciares y de las inmensas montañas nevadas, que ahora sólo distan de nosotros cuatro o cinco kilómetros. Las formas extrañas de muchas de ellas comienzan e. sernos familiares, esto aparte del Jungfrau, del Monje, del Eiger y del Silverhorn, que son las que mejor se distinguen. El resto del día lo pasamos admirando vistas parciales, detalles sorprendentes del paisaje, y la atrevida construcción del ferrocarril, que llega hasta la cima del Jungfrau, pasando por una larga serie de túneles y ascensores. Los excursionistas que suben hasta el pico más alto, abriéndose paso entre la nieve y el hielo a golpes de hacha y de martillo, despiertan nuestra envidia. Quisiéramos imitarlos o, mejor, subir en avión más alto aun, para dominar los picos más elevados. Nos es tan agradable la estancia en la cima, desde donde podemos descubrir el camino que seguiremos, a través del Grindelwald, hasta el gran Scheidegg, que nos quedamos en esta altura otro día y otra noche, y subimos al Lauberhorn, y allí pasamos las horas contemplando la belleza soberana de toda esta cadena de Berner Oberland, que por primera vez vimos desde Berna, tan distante, como una ringlera de fantasmas gigantescos.
Nos parece haber llegado a un mundo distinto, cuando al otro día pasamos por el ruidoso Grindelwald, que está atestado de turistas y vehículos, hoteles y comercios; y seguimos hacia el Wetterhorn, que nos muestra sus tres picos elevadísimos. Pasamos la noche en un hotel que se halla cerca del glaciar del Alto Grindelwald. Visitamos una gruta abierta en el hielo, y nos parecen sumamente interesantes sus grietas azuladas y los despojos que ha dejado la corriente de hielo al derretirse. No podemos resistir la tentación de dar un paseo en el tren aéreo, que comienza a subir como un ascensor. Con ello podemos admirar a distancia el mar de hielo, con sus olas inmóviles, y el risueño valle, que ofrece tan bello contraste con sus verdes pastos y rodeado de montañas nevadas y desnudas. Tratamos en vano de hacernos amigos de una hermosa perra de San Bernardo y de sus cachorros, y nos dirigimos luego hacia el paso del gran Scheidegg, subiendo siempre y viendo amenizado nuestro camino con flores y brezos, con los frecuentes riachuelos y pequeñas cascadas, y con los colores de las rocas y del cielo. En un ventorrillo, situado en lo alto del paso, nos sirven un rico café, que tomamos con deleite. Desde allí miramos nuevamente las montañas gigantescas, que parecen habernos hecho la vida más amplia y feliz, y nos sugieren la idea de un mundo más noble y venturoso. ;
El descenso es fácil, deslizándose por el camino que corre a lo largo del Wetterhorn, bajo la sombra de ésta y otras montañas vecinas. De vez en cuando oímos el estrépito de un derrumbamiento y vemos levantarse un alud de nieve, que se dispersa ¡en una cascada de blancos copos. Es ¡en primavera cuando ocurren estos derrumbamientos, que sepultan casas ¡y hasta aldeas enteras.
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