Los bazares llenos de gente desde la mañana a la noche


Nadie sería capaz de describir aquellos admirables bazares con sus millares de vendedores y, al parecer, sin ningún comprador, bazares provistos de las cosas más inútiles del mundo, de los comestibles más raros y los objetos más ricos; de las joyas más ostentosas y de las más despreciables; bazares de zapateros, pulidores, sastres, joyeros, moledores de café, y un ejército de personas empleadas en trabajar, a las puertas de las tiendas, en toda clase de ocupaciones, bajo los cobertizos más miserables, pintados de colores chillones. ¿Llegan hasta el cielo las casas de esta abigarrada muchedumbre? ¿Son factorías de Egipto estos pavimentos? En cada esquina se ve un grupo tostando castañas, en torno de un poyo, hasta medianoche; o haciendo café en el pavimento para los pasajeros; o colocando en un círculo pan y platos con comidas de extrañas hechuras sobre el sucio suelo.

Contemple el viajero aquellos jumentos blancos con sus collares azules; las manadas de vacas, camellos y búfalos en los caminos; escuche el cacareo de las gallinas en las tiendas, y sea testigo del extravío de ovejas y cabras en medio de calles concurridísimas. Perciba el hedor de sus calles y sus tiendas. Escape, si puede, del amontonamiento del pescado en esta ventana, del cesto de cebollas de esa otra. Vuelva a la esquina y dé una ojeada a la tienda de tabaco, la cosa más sucia que pueda imaginarse. Penetre en sus mezquitas; vista el pie con sus sandalias amarillas, y contémplelos en oración. Trepe por su escarpada colina hasta la ciudadela y contemple la gloria de El Cairo, el incomparable panorama.