Falipe IV y el conde-duque de Olivares, atlante de la monarquía
Dieciséis años contaba Felipe IV al heredar el trono, que ocupó entre los años 1621 y 1655. Así como su padre se apresuró a entregar a Lerma las riendas del poder, el incapaz soberano que lo reemplazaba las cedió sin la menor dilación a don Baltasar de Zúñiga, fallecido al poco tiempo, por lo cual el conde-duque de Olivares ocupó su lugar, en tanto el rey empleaba su tiempo en frivolidades.
El conde-duque, afortunadamente, no fue de la catadura moral de los validos del antecesor de Felipe IV: su integridad como funcionario ha sido reconocida hasta por sus propios enemigos; empero, sus cualidades de estadista no sobresalieron, y su política imprudente y falta de tacto llevó a España a numerosas guerras contra la mayor parte de las naciones europeas, sin que en tales empresas el nombre de dicha nación cobrara mayor lustre ni se beneficiara.
En vida llamóse a Felipe IV el Grande, más por impulso adulador alentado por el conde-duque, que por corresponder a verdad: las sucesivas pérdidas de plazas y provincias que experimentó España hicieron decir al pueblo que la grandeza del rey era como la de los hoyos del campo, mayor cuanto más tierra se les quita.
En tanto los destinos de España estaban depositados en tan incapaces manos, regía los de Francia el habilísimo cardenal Richelieu, cuya vastísima capacidad suplía la inepcia de su rey, Luis XIII. Richelieu dio a toda su acción una sola orientación: el fortalecimiento del poder real y el engrandecimiento de Francia. En consecuencia, una de sus aspiraciones era destruir a la casa de Austria en sus dos ramas, la española y austríaca propiamente dicha. La soberanía del rey de España fue gradualmente eliminada en regiones como el ducado de Monferrato, el Rosellón, Cerdeña, Artois, Luxemburgo y varias plazas de Flandes.
Una guerra contra Inglaterra, la participación en la guerra de los Treinta Años, guerras con Holanda y con Francia, fueron pasos sucesivos en los que España fue abdicando gradualmente su hegemonía, pese a los chispazos de gloria que figuras como las del general Gonzalo Fernández de Córdoba el Gran Capitán, dieron aún a las armas peninsulares.
El conde-duque perdió finalmente la confianza de Felipe, quien lo reemplazó por otro valido, don Luis Méndez de Haro, sobrino del anterior y cuyos merecimientos no superaban a los de su tío.
En el seno del territorio español propiamente dicho, estallaron insurrecciones y levantamientos promovidos y alentados por Richelieu, entre los que merecen citarse los ocurridos en Aragón, Andalucía, Vizcaya y Portugal; en este último, el duque de Braganza se proclamó rey con el nombre de Juan IV, y pudo sostener sus pretensiones gracias a la debilidad del monarca español y al apoyo de Inglaterra.
La guerra con Francia concluyó merced al tratado de los Pirineos (1659), por el cual se concertaba la alianza matrimonial de Luis XIV con la infanta María Teresa, hija de Felipe IV, mediante renuncia del rey francés a sus eventuales derechos a la corona de España, disposición que no se cumpliría, en su hora.
A la muerte de Felipe IV, en 1665, al cabo de cuarenta y cuatro años de reinado, la nación española quedaba poco menos que exangüe, su pueblo casi en la miseria, y su posición internacional descendida del nivel que alcanzara en el siglo xvi.
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