Una breve recorrida por el suelo de la antigua Persia, hoy Irán


El antiguo imperio persa, que en la época de Darío el Grande se dilataba desde el Indo hasta la Cirenaica, y desde el océano índico hasta las márgenes de los mares Negro, Caspio, y Aral, y las primeras estribaciones de los montes Cáucaso, se ha reducido en nuestros días a lo que entonces fue el corazón de aquel gigante: la Persia propiamente dicha, esto es, Irán; el territorio limita al Norte con la Unión Soviética, y el mar Caspio; al Este con Afganistán y Pakistán; al Oeste con Irak y Turquía, y al Sur con el mar de Arabia y el golfo Pérsico. Dichas fronteras encierran un territorio de poco más de un millón y medio de kilómetros cuadrados, poblados por casi 20.000.000 de habitantes.

La mayor parte del país se halla sobre una meseta rodeada por montañas, entre las que sobresalen los picos del monte Demavend, del Takht-i-Sulaiman y del Ushturinan Kuh; un inhospitalario y estéril desierto de más de 10.000 km2 reduce considerablemente la zona habitable del país.

Algunos lagos yacen en la meseta; entre ellos se destaca el Urmia, en el noroeste del reino, cuyas aguas son extremadamente salinas. El río más importante, el Karum, vuelca sus aguas en el golfo Pérsico, y es navegable en la mayor parte de su curso; el Kizil Uzum es el de mayor longitud; se une al Shahrud para formar el Sefid Rud, y finalmente desemboca en el mar Caspio. Docenas de torrentes, pequeños y mayores, descienden de los montes, y al llegar al llano sus aguas desaparecen por la intensa evaporación.