Los sabios de oriente que adoraban el fuego y el sol


El ilustre Zoroastro enseñó a los modos y persas la tan famosa como antigua religión de los pueblos del remoto Oriente, que adoraban el fuego y el Sol como expresiones supremas del Todopoderoso Gobernante del mundo. Los sacerdotes de esta maravillosa religión eran los magos, o sabios, que, andando el tiempo, llegaron a adquirir gran poder en el Estado.
Sucedió al ilustre Ciro su hijo Cambises, que sembró la miseria y la desolación en su propio pueblo y en Egipto, hasta donde llegó en carácter de conquistador.
Darío el Grande, que aunque no pertenecía a la familia de Ciro siguió a Cambises, fue un gobernante vigoroso y enérgico, que supo aplastar las rebeliones que surgieron en las diversas partes de su inmenso imperio y sostener el orden en todo él, desplegando al mismo tiempo una rara habilidad en su gobierno.
Las inscripciones descubiertas en piedras, y en especial las de la roca de Behistún -una valiosa clave para leer la escritura cuneiforme-, nos han enseñado muchas cosas relativas a este rey. Los relatos de sus guerras y conquistas tenían que ser escritos en lenguaje babilonio, escita y persa, a fin de que pudieran leerlos las principales naciones sujetas a su dominio. Ha llegado también hasta nosotros un magnífico retrato de este monarca, tallado en la roca viva, en el que se lo ve recibiendo la sumisión de los jefes de las naciones rebeladas, atados unos con otros.
Otros retratos de Darío existen en sus monedas de oro y plata, que eran utilizadas para el intercambio existente entre las diversas provincias.