SAN JORGE Y EL DRAGÓN
San Jorge fue uno de los siete campeones más jóvenes y valientes de la cristiandad. Montado en su caballo de guerra y armado de brillantes armas, solía hacer excursiones a lejanos países en busca de piadosas aventuras.
Atravesando una vez, en tierra de idólatras, unos prados pantanosos, vio a una encantadora joven que marchaba sola hacia la orilla del mar: iba vestida con un hermoso traje blanco como novia en día de boda; pero su cara estaba triste y pálida y miraba con terror hacia el mar.
San Jorge puso el caballo en la misma dirección, y la joven, al oír los pasos de la cabalgadura, volvió la cabeza y gritó angustiada:
-¡Huye, joven caballero, huye o también perecerás!
-Dios prohibe huir a un hombre, cuando una doncella se halla en peligro -contestó San Jorge.
Mientras así se hablaban, el mar, situado frente a ellos, comenzó a agitarse levantando gigantescas olas que producían un ruido estrepitoso, que se confundía con otro ruido grande que el joven oyó detrás de sí. Volvió la cabeza y pudo notar que los muros de la ciudad y las colinas inmediatas se hallaban llenos de gente, que daba gritos de terror.
-¡El dragón! ¡El dragón! -exclamó la doncella despavorida-; huye o se lanzará sobre ti. Ni la carne ni la sangre pueden resistir la llama de fuego que lanza su boca; ha destruido dos ejércitos y devorado nuestros ganados, después de asolar todo el reino de mi padre. Huye, que aún estás a tiempo; no intentes defenderme.
-Cada año -agregó la joven- ha de venir una doncella a este pantano para ser sacrificada por el monstruo, evitando con su sacrificio que se lance sobre la ciudad y devore a todas las personas. Soy la princesa Sabrá, hija del rey, y la suerte me ha designado este año.
Mientras hablaba la princesa, el mar se agitó espantosamente y se oyó un ruido ensordecedor. San Jorge apenas tuvo tiempo de ponerse en guardia y coger la lanza y el escudo. El dragón se había lanzado sobre él. Era el monstruo más terrible que jamás se vio en la tierra; parecía una serpiente enorme con dos grandes alas y cuatro robustas palas armadas de afiladas uñas, y el cuerpo terminaba en una larga cola, rematada por un fuerte dardo venenoso.
Volando por los aires y arrojando fuego por la boca, atacó a San Jorge. Le dio tal aletazo, que estuvo a punto de hacerle caer al suelo: pero el joven, al tenerle a su alcance, le descaigo un tremendo golpe con la lanza, que saltó en mil pedazos: revolvióse el dragón y con la cola le descargó tan tremendo golpe que la sacudida lo hizo caer pesadamente del caballo.
San Jorge apenas podía resistir el fuego que por su boca lanzaba el dragón; medio desvanecido y a punto de desmayarse, levantóse vacilante del suelo y reaccionando casi instantáneamente desenvainó su mágica espada, y en el momento en que el dragón se lanzaba otra vez sobre él, aprovechó para asestarle una cuchillada en el sitio vulnerable de su cuerpo, hiriéndole bajo un ala.
La herida fue tan grande que el dragón vaciló y cayó al suelo temblando: San Jorge se arrodilló y rezó con fervor.
-Quítale el chai -dijo luego a la princesa- y pónselo en el cuello al dragón; ya no te hará daño; condúcelo al mercado de la ciudad.
La princesa así lo hizo y el dragón la siguió como un humilde cordero; la gente huía despavorida, y San Jorge la tranquilizaba asegurándole que no podía hacer daño. Llegados a la plaza, de un nuevo golpe acabó de matarlo.
Entonces San Jorge, dirigiéndose a los idólatras, les dijo:
-He hecho esto para demostraros el poder de Dios y convertiros a todos a la verdadera fe.
Cuando aquellos supieron que era un caballero cristiano quien había vencido al dragón, abandonaron sus falsos ídolos y se convirtieron prontamente al cristianismo.
La princesa Sabrá fue la primera que se bautizó, y no tardó mucho en contraer matrimonio con su valiente defensor San Jorge.
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