EL CABALLO ENCANTADO
Al celebrar en cierta ocasión el cha de Persia las fiestas de año nuevo en la ciudad de Chiraz se presentó en la corte un prestidigitador, conduciendo un caballo feo y escuálido que, andando sólo con tres patas, semejaba más bien un caballo de cartón que de carne y hueso: su presencia fue acogida con grandes risas, y el mismo cha no pudo menos de reírse al contemplarle.
-No reirías así, si supieses el mérito de mi caballo -le dijo el prestidigitador-; seguro estoy de que, al conocerlo, me ofrecerías un buen precio por él; si tu hijo, el valiente príncipe Frouz, se digna montarlo y dar en él unas vueltas, comprobará su gran valor.
-Conforme -dijo el príncipe-; y de un salto montó en él y, sin esperar a saber la manera de hacerlo marchar, le metió espuela y el extraño caballo se elevó por los aires rápido como una flecha, y desapareció en un instante de la vista de todos los presentes.
El príncipe halló muy de su agrado la velocidad con que su cabalgadura surcaba los aires; y lo dejó correr durante algún tiempo, tras el cual pretendió volverlo hacia la derecha para regresar a Chiraz; pero el caballo no obedeció a la rienda.
“Estará habituado a dar las vueltas a la izquierda”, se dijo mentalmente el príncipe, y trató de volverlo hacia dicho lado; pero no sólo no obedeció, sino que se elevó más aun, aumentando considerablemente la velocidad. No perdió por ello la serenidad el príncipe Frouz: buscó el medio de acomodarse bien en la silla, y al hacerlo, sus piernas tropezaron con un resorte en ella colocado, el cual, al ser oprimido por el príncipe, produjo el efecto deseado, pues el caballo fue disminuyendo la marcha y descendiendo lentamente hasta quedar parado en la terraza de un suntuoso palacio.
Era de noche cuando terminó el extraño paseo del príncipe, quien, sintiéndose cansado, débil y con deseos de comer, se introdujo por las habitaciones del castillo y vio que todos sus moradores dormían. Así llegó hasta una sala espléndida, en la que sobre un sofá dormía una encantadora joven y a su alrededor se hallaban diez mujeres en igual actitud: acercóse al sofá y despertó a la hermosa durmiente, a quien pidió perdón por su atrevimiento; se dio a conocer y refirió su extraña y maravillosa aventura.
-Ahora -dijo cuando hubo terminado- ¿puedo preguntarte quién eres y dónde estoy?
-Soy la princesa de Bengalia y estás en mi palacio -contestó cariñosamente la hermosa dueña de aquel magnífico castillo.
La princesa dio órdenes para que a su huésped le fuera preparada habitación y comida, orden que fue cumplimentada rápidamente por la servidumbre; ella misma acompañó al príncipe hasta el aposento designado, haciéndole los honores, y se retiró en unión de sus esclavas. El príncipe durmió tranquilamente y se levantó al otro día en extremo satisfecho y con el corazón henchido de alegría.
La princesa lo mandó llamar, y, una vez en su presencia, le rogó que le refiriese de nuevo su aventura: así lo hizo el príncipe, y ambos continuaron todo el día juntos, y resultó que sus corazones sintieron los preludios de recíproco amor. Al día siguiente, antes de que las demás personas despertasen, los enamorados se reunieron en la terraza del castillo, donde se hallaba el prodigioso caballo, y montando los dos en él, marcharon en dirección a Persia, donde pensaban casarse. El príncipe, que ya conocía el modo de manejarlo, lo condujo sin contratiempo hasta un castillo inmediato a Chiraz.
Dejó allí a la princesa, a fin de que se adornase con sus mejores galas para la boda, y marchó a prevenir a su padre; pero no tuvo la precaución de llevar consigo el caballo, sino que lo dejó en el castillo en que quedaba la princesa, y al referir su aventura al cha, enteróse el prestidigitador indio, dueño del caballo, y corrió velozmente a presentarse a la princesa, a quien le dijo:
-El cha desea verte inmediatamente; y el príncipe Frouz me envía para conducirte a su presencia en el prodigioso caballo, que pronto te llevará.
Confiada la princesa, montó con el que creía emisario de su amado, y juntos partieron velozmente; pero no en dirección a Chiraz, sino hacia Cachemira, donde descendieron ambos en la carretera cerca de la capital, en el momento en que el sultán pasaba con toda su corte.
La princesa, que sospechaba de las intenciones de su acompañante, arrojóse a los pies del sultán, gritándole:
-¡Salvadme, señor, de este hombre malo que me ha engañado!
Entusiasmado el sultán ante la hermosura de la princesa, cortó de un solo tajo la cabeza del indio, y con exquisita galantería condujo a la princesa a su palacio, la alojó en sus mejores habitaciones y puso a su disposición cien esclavas para que la atendiesen. Tantas atenciones no dejaron de sorprender a la princesa y pronto comprendió que había escapado de un peligro para caer en otro todavía mayor.
No fueron vanas sus sospechas, pues el enamorado sultán, en vez de devolverla al príncipe Frouz, empezó los preparativos para celebrar su boda con ella: resistióse la princesa como pudo, pero sin fruto; y entonces, astuta como todas las mujeres, se fingió loca y empezó a atacar furiosamente a cuantos a ella se acercaban.
Muy impresionado el sultán por aquella desgracia, la hizo visitar por los mejores médicos para intentar su curación; mas todos fueron recibidos en igual forma por la princesa, de la que huyeron velozmente.
Un día llegó un anciano doctor y se presentó al sultán ofreciendo curar a la princesa; hizo algunas preguntas sobre la enfermedad y le contestaron que el mal que sufría provenía de montar un caballo encantado. El sabio médico respondió:
-Yo la curaré, pero necesito el caballo. Que lo traigan aquí, y llevadme a las habitaciones de la princesa para conducirla junto a él.
Así lo hicieron y, al llegar donde se hallaba la princesa, acercóse a ella, y en voz baja le dijo:
-¿No me conoces, princesa mía? Soy el príncipe Frouz que, disfrazado, vengo a salvarte, después de haberte buscado por todas las partes del mundo. La princesa se dejó conducir a donde se hallaba preparado el caballo; la colocó en él, saltó después a su lado, y en menos de una hora llegaron a Chiraz, donde se casaron con el consentimiento del cha y la alegría del pueblo persa.
Pagina anterior: EL FIEL JUAN
Pagina siguiente: SAN JORGE Y EL DRAGÓN