LA FIESTA DE LOS RATONES
Ernesto era un muchacho muy despejado, que tenía una gracia especial para contar cuentos, exornándolos con comentarios más o menos poéticos, de su propia cosecha. A su hermanita Elisa le gustaba mucho oírle, y no perdía ocasión de importunarlo, pidiéndole alguna narración.
-Oye, Ernesto -le dijo un día-; ya hace tiempo que me has prometido el cuento de la fiesta de los ratones, y nunca cumples tu palabra.
-Bien, la cumpliré ahora mismo, pero a condición de que no me interrumpas como sueles, pues te advierto que, si lo haces, a la tercera vez me callaré.
-Ya verás cómo te escucho sin chistar.
-Entonces, empiezo: Era una noche muy calurosa, de fines de verano, y Floralinda, la reina de las hadas, no podía conciliar el sueño. Estaba más pálida que de ordinario, y a cada instante llamaba a sus camareras de servicio, Esmeralda y Amatista.
-Señora -le dijo por fin ésta-, ¿por qué no salir a gozar del agradable ambiente de la campiña? El blanco disco de la Luna esparce en el horizonte una dulce y brillante claridad que compite con la del astro del día. La atmósfera está en calma; el cielo, límpido y azul; y es tan suave el aliento dé la brisa, que apenas mueve las hojas de los árboles.
-Y bien, ¿adonde iríamos? -preguntó impaciente la soberana.
-A la floresta de los pinos -contestó Amatista-. Es un sitio delicioso; y precisamente allí se celebra hoy la gran fiesta de los ratones de las praderas, a la que hace tiempo estamos invitadas
-Ea, pues; siendo así, no hay más que hablar.
Oyóse a poco un levísimo rumor de alas, y en breves momentos Floralinda y sus dos damas cruzaron invisibles el espacio y aparecieron sentadas alrededor de un grueso tronco de encina, ¡recién aserrado. No bien las hadas estuvieron en sus puestos, surgió sobre la rústica plataforma que formaba la aserrada superficie, un gnomo estrafalario, provisto de un instrumento músico, mezcla de violín y bandolín. El gnomo hizo una reverencia, blandió el arco tres veces, marcando un compás, y preludió una sinfonía; original, conjunto de rumores de pisadas furtivas sobre la hierba, craquear de roeduras, arañar de escarbo y estornudos ratoniles.
-¡Vaya una música más rara que debía de ser ésa! -exclamó Ellisa.
-Todos los ruidos tienen su música, cuando se sabe oír, dice el libro que nos regaló papá el día de su santo. Y advierte que ya me has interrumpido una vez. Pero prosigo:
Luego el gnomo, con una voz cascada e indefinible, cantó:
Abandonad al punto las madrigueras, Ratoncitos alegres de las praderas; Y, de mis melodías al dulce son, Celebraréis, tejiendo festiva danza, Los sabrosos placeres que en lontananza Os ofrece la pingüe recolección.
Obedecieron al conjuro misterioso del canto, empezaron a llegar de aquí y allá, vestidos con moteados trajes azules, amarillos o grana, numerosos ratoncitos, que no tardaron en formar larga cadena. Cogidos de las manos, y danzando al compás de la música, la cuerda de bailarines empezó a describir un círculo, pasando por delante de las hadas y su reina, que los contemplaban embelesados y boquiabiertas. Poco después, y a una señal del que iba el primero en la fila, entonaron a coro la ¡canción de la fiesta:
Con sus rudas faenas
Pasó el verano:
Las trojes están llenas
De rico grano.
Bailad, ratones,
No temáis del invierno
Las amarguras,
Pues ya tenéis seguras
Las provisiones.
Buena cosecha ha habido
De cereales
Y gran fruto han rendido
Los legumbrales;
Bailad, ratones,
Pues sin andar rondando
Las alacenas,
Tendréis a manos llenas
Las provisiones.
-Sí -interpuso Elisa-; pero no cuentan con los gatos y las ratoneras, que no los dejarán hacer de las suyas.
-Así les pasa a muchos, que se echan sus cuentas galanas, sin mirar a los inconvenientes... Y con esto me has cortado otra vez el relato. Anda con cuidado, porque a la tercera va la vencida.
Bien, pues como decía, a cada nueva estrofa la danza se iba animando más, y las vueltas se sucedían con redoblado ardor. Cuando después de largo rato cesó el canto y el baile, los gnomos sirvieron un banquete, en que abundaron grajeas de todas clases, frutas y semillas confitadas, albondiguillas, fiambres y embriagadores elixires, extraídos del cáliz de las flores. En un principio sólo se oía el ruido de cascar y triturar las confituras secas, que eran devoradas con avidez por los bailarines fatigados y hambrientos; mas, al paso que el apetito de éstos fue saciándose, y sobre todo cuando las frecuentes libaciones dejaron expedito el camino a la expansión comunicativa, entabláronse mil conversaciones sobre diferentes asuntos. No tardaron en formarse numerosos corrillos, agrupándose los concurrentes según sus edades, aficiones y genios. En una parte se trataba de los procedimientos más eficaces y rápidos para la apertura de galerías subterráneas, perforación de muros, escalo de anaqueles y eliminación de obstáculos y trampas; en otra, un grupo de damas de la créme ratonil exponía y contrastaba opiniones sobre el valor alimenticio de embutidos y conservas; más allá la gente joven charlaba de modas o entonaba canciones del día; por doquiera reinaban la mayor animación y regocijo. Entre los ratones graves hubo quien se jactó de haber asistido al célebre congreso de Ratópolis y de haber rebatido y echado por tierra el descabellado proyecto de poner el cascabel al gato, defendido por algunos ilusos, logrando que se le sustituyera por el de poner pies en polvorosa, mucho más práctica y conforme a los instintos de la raza. Hubo; también interesantes historias de proezas y aventuras de merodeo. Una de das ratonas más corpulentas y respetables refirió cómo había logrado penetrar en un almacén de pemiles y cecinas, donde pasó tan guapamente una buena parte del año criando dos numerosas nidadas con todo el regalo apetecible. Pero uno de los individuos más jóvenes de la familia cometió la imprudencia de encaramarse a un jamón colgado del techo y roer la cuerda! de que pendía; con lo que aquél cayó estrepitosamente sobre una gran orza y el ruido atrajo a los dueños, que armados de escobas y garrotes acabaron con toda la manada, sin que se salvara nadie más que la narradora,; gracias a la tubería de un albañal en :que pudo colarse a tiempo. Otro de los; circunstantes contó cómo en una despensa había topado con un magnífico queso de bola, en cuyo interior pasó una temporada deliciosa comiéndose las paredes de su vivienda hasta dejarla convertida en original pelota de! fútbol. Y por el estilo siguieron otros relatos, mientras se sirvieron los postres con las últimas copas.
Terminada la comilona, reanudóse la danza, y la fiesta se prolongó hasta qué la Luna ocultó su plateado disco tras las lejanas masas de arbolado. De pronto rasgó el aire el clamoroso canto del gallo, anunciando la venida de la aurora, que silenciosa avanzaba por Oriente. Al punto, sumiéronse los gnomos en las entrañas de la tierra, y desaparecieron como por encanto las hadas, mientras la ratonil caterva se sepultaba en sus escondrijos.
-Y ¿por qué, cuando cantó el gallo, desaparecieron tan apresuradamente las hadas y los gnomos? -preguntó Elisa cor, manifiesta curiosidad-. ¿Es que las hadas y los gnomos les tienen miedo a los gallos? -No, :no es por eso -respondió Ernesto-. Es, sencillamente, porque tanto los gnomos como las hadas se retiran siempre a sus escondites cuando llega la luz del día. Y como ya es la tercera vez que interrumpes, este cuento se acabó, querida Elisa.
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