EL JOVIAL REMENDÓN Y SU CASACA
Desperdicio, el alegre remendón, de que hemos hablado ya en la primera parte de esta historia, era tratado en la corte del rey como un príncipe; y la noticia de su buena suerte llegó a oídos de su hermano Estropajo, en la cabaña del marjal, cuando volvió el cuco otra vez con dos hojas de oro.
-¡Ya ves! -dijo Primorosa-. ¡Pasamos tristemente la vida en este aburrido lugar, mientras Desperdicio hace su fortuna en la corte con dos o tres miserables hojas verdes! ¿Qué no lograríamos nosotros, cuando vieran las nuestras de oro? Vamos a presentarnos en el palacio del rey.
A Estropajo le pareció excelente este razonamiento. Púsose el traje de los días festivos, tomó un vaso de cuerno, que tenía un borde de plata, mientras Primorosa se armaba de su espejo; y con una hoja de oro cada uno, cuidadosamente ocultas para que nadie pudiese verlas hasta llegar a palacio, emprendieron el camino llenos de indescriptibles ilusiones.
Imposible precisar la distancia recorrida por Estropajo y Primorosa; pero cuando el sol culminó, señalando el mediodía, y sus rayos se hicieron abrasadores, penetraron en un bosque, ambos fatigados y hambrientos.
-Descansemos debajo de este árbol -dijo Primorosa-, y examinemos nuestras hojas de oro para ver si están incólumes.
Contemplando estas hojas y hablando de sus lisonjeros planes, Estropajo y Primorosa no advirtieron que una vieja muy estirada y seca había salido de detrás del árbol con un báculo en la mano y un gran zurrón de cuero al costado.
-Nobles señores -les dijo- ¿tendréis la amabilidad de decirme dónde podré encontrar un poco de agua para echarla en una botella de aguamiel que traigo dentro del zurrón, porque está demasiado fuerte para mí?
Al expresarse de este modo, la vieja sacó una gran botella de madera, como las que los pastores usaban en los tiempos primitivos, tapada con un puñado de hojas retorcidas, y con una tacita, de madera también, colgando de su asa.
-¿Me haréis el honor de probarlo? -añadió-, Está hecho con la miel más pura y exquisita. Tengo también queso fresco y un pan de trigo, si es que no consideráis tan humildes manjares indignos de vuestras personas.
Estropajo y Primorosa mostráronse en extremo condescendientes cuando oyeron hablar así a la anciana, y no les quedó la menor duda de que su aspecto exterior debía de ostentar cierto sello de nobleza. Además, estaban hambrientos, y, después de ocultar de nuevo precipitadamente las hojas de oro, manifestaron a la vieja que no eran orgullosos, a pesar de las tierras y castillos que habían dejado en Borealandia, y que le ayudarían con gusto a aligerar su zurran.
Era la vieja una bruja, llamada La Mantecosa, la cual se pasaba la vida haciendo aguamiel, que, hervida con ciertas hierbas y ensalmos, poseía el poder de adormecer a todos los que la bebían y de hacerles soñar con los ojos abiertos. Tenía dos hijos enanos, llamados Lince y Grasilla, los cuales seguían siempre de cerca a su madre y robaban invariablemente! a todas las personas que esta última lograba adormecer con su brebaje.
Estropajo y Primorosa se hallaban sentados sobre el césped y recostados contra el tronco del viejo árbol. El remendón tenía en la mano un pedazo de queso, y su mujer, un trozo de pan; ambos permanecían con las bocas y los ojos abiertos, pero estaban soñando con las grandezas que en la corte les esperaban, cuando la vieja alzó su voz chillona diciendo:
-¡Hola, hijos míos! ¡Venid a recoger la cosecha y a llevárosla a casa!
No bien hubo pronunciado estas palabras, cuando dos enanillos salieron de la próxima espesura.
-¡Holgazanes! -gritóles la madre-. ¿Qué habéis hecho en todo el santa día?
-He estado en la ciudad -Respondió Lince-, mas nada he podido Ver. Éstos son para nosotros malos tiempos, porque, desde que llegó ese remendón, todo el mundo se cuida de sus negocios con satisfacción y alegría. Pero aquí traigo un jubón de cueto que su paje arrojó por la ventana; nada vale: en puridad, pero lo quise traer para que vieseis que no he estado ocioso.
Y diciendo esto, dejó caer el jubón de Desperdicio, con las hojas de la alegría, que había traído en la espalda a modo de joroba.
Para explicar al lector cómo había llegado esta prenda a manos de Lince, preciso será decir que el bosque no estaba lejos de la gran: ciudad donde era Desperdicio tenido en tanta estima. Todo le había salido bien al remendón, hasta que se le ocurrió al rey que no era natural que un hombre de tanta importancia no \ tuviese ningún criado, y le asignó para su servicio uno de sus propios pajes. Llamábase éste Oropel, y no había otro en la corte que tuviera tantas pretensiones. No le era posible avenirse sino con la riqueza, el lujo y la ostentación; y su abuela temió que se colgase de un árbol, no pudiendo soportar la idea de haber sido nombrado paje de un remendón. Por lo que toca a Desperdicio, el buen hombre estaba tan acostumbrado a servirse siempre a sí mismo, que el paje venía a ser para él un estorbo, aunque sus hojas verdes no se lo dejaban ver.
Oropel se habituó perfectamente al nuevo cargo. Decían algunos que esto nacía de que Desperdicio no lo ocupaba sino en jugar todo el día a los bolos en el palacio verde. Una cosa, sin embargo, entristecía a Oropel, y era el jubón de cuero de su amo; hasta que por último, no pudiendo discurrir cosa mejor, levantóse una mañana antes que su señor, y arrojó por la ventana la prenda odiada a un callejón, donde la encontró Lince.
-¡Qué porquería! -dijo al; examinarlo la vieja-. ¿Para qué sirve esto?
Entretanto Grasilla había despojado a Estropajo y Primorosa de cuanto de valor sobre sus personas llevaban: el espejo, el vaso de cuerno con borde de plata, la casaca encarnada ;del marido, el alegre mantón de la mujer y, sobre todo, las hojas de oro. Esta adquisición causó tanta alegría a La Mantecosa y sus hijos, que arrojaron el jubón de cuero sobre el dormido remendón, en son de burla, y corrieron a esconderse en su choza, enclavada en el corazón de la selva.
El Sol tocaba a su ocaso cuando Estropajo y Primorosa despertaron, cansados de soñar que eran dos grandes señores, que se sentaban a la mesa del rey vestidos de terciopelos y sedas. Júzguese, pues, cual sería su desengaño al ver que habían desaparecido sus hojas de oro y todo lo que de algún valor poseían. Estropajo se mesaba los cabellos y juraba tomar fiera venganza de la vieja, en tanto que Primorosa se deshacía en lágrimas y lamentos. Pero Estropajo, que sentía frío por hallarse sin casaca, púsose el jubón de cuero sin pararse a meditar sobre su procedencia.
Apenas se lo había abotona do, cuando sintió que se operaba en él. un gran cambio, y dirigió a su mujer frases tan llenas de gracia, que las carcajadas de ésta estremecieron el bosque. Entre ambos construyeron con ramas una especie de choza, en la que Estropajo encendió una confortativa, hoguera, gracias a un eslabón y un trozo de pedernal que, juntamente con su pipa, había traído consigo a escondidas de Primorosa, quien le había dicho que en la corte no había que pensar siquiera en semejantes adminículos. Encontraron después un nido de faisanes en la raíz de una vieja encina, hicieron la gran cena con sus huevos, y finalmente se acostaron sobre un blando montón de verdes hojas que habían recogido, arrullados por el canto de los ruiseñores, que en los árboles vecinos les velaron el sueño.
Entretanto, Desperdicio se había despertado y echado de meros su jubón. Oropel, como es natural, dijo que no sabía nada de él. Registróse todo el palacio y fueron interrogados todos los criados, hasta que la corte toda preguntóse por qué se concedía tal importancia a un jubón viejo. Aquel mismo día volvieron las cosas a ir por los malos caminos antiguos. Reanudáronse las querellas entre los caballeros, y los celos entre las damas. El rey dijo que los impuestos que le pagaban sus súbditos no eran ni la mitad de los que deberían abonarle; la reina quiso más joyas. Los criados tornaron a sus antiguas pendencias, corregidas y aumentadas. Desperdicio advirtió que se iba volviendo imbécil y no se encontraba en su centro, y los nobles empezaron a preguntar qué papel desempeñaba aquel remendón en la mesa del monarca; hasta que, por fin, este último hubo de promulgar un decreto por el cual se desterraba a Desperdicio para siempre de la corte y se confiscaban todos sus bienes a favor de Oropel.
Apenas publicado el decreto, entró el paje en posesión de la valiosa cámara, de los costosos vestidos y de todos los presentes con que los cortesanos habían obsequiado a Desperdicio, en tanto que éste se dio por muy satisfecho con poder escaparse por una ventana trasera, temeroso de las iras del populacho indignado.
La ventana por donde se descolgó Desperdicio mediante una cuerda resistente era la misma a cuyo través arrojara Oropel el jubón de cuero; y al descender el remendón, ya bien avanzado el crepúsculo, un infeliz leñador, cargado con un haz de ramas, se detuvo a contemplarlo asombrado.
-¿Qué hay, amigo? -preguntóle amostazado Desperdicio-, ¿no habíais visto nunca a un hombre descolgarse por una ventana?
-No es eso -dijo el leñador- es que esta misma mañana, al pasar por este sitio, vi arrojar por esa misma ventana un jubón de cuero, y no sé por qué me imagino que vos debéis ser su dueño.
-Sin duda alguna, yo soy -dijo con ansiedad el remendón-. ¿Podréis por ventura decirme qué camino siguió mi jubón?
-Al pasar, vi que lo recogía un enano, llamado Lince, el cual se lo introdujo entre la chaqueta y la espalda, simulando una joroba, y escapó corriendo hacia la selva.
Resuelto a recuperar su jubón, partió veloz Desperdicio y no tardó en encontrarse entre los altos árboles; pero no logró ver choza ni enano alguno. Al fin, la rojiza luz de una hoguera, que brillaba a través de un bosquecillo, condújole a una choza miserable, cuya puerta estaba entreabierta como si sus moradores no tuviesen que temer nada, y descubrió en su interior a su hermano Estropajo roncando estrepitosamente sobre un lecho de hierba, a los pies del cual yacía su propio jubón de cuero; en tanto que Primorosa, con una chupa
de junco tejido, permanecía sentada al pie de la chimenea cociendo huevos de faisanes.
-¡Buenas noches, señores! -dijo Desperdicio, entrando.
La luz del fuego le daba de plano en el rostro, pero, tan mudado estaba, gracias a la buena vida que se había dado en la corte, que no lo reconoció su cuñada, y respondióle con mucha más cortesía de lo que era natural en ella:
- ¡Muy buenas noches, señor! ¿De dónde venís tan tarde? Pero hablad
bajo, os lo ruego, porque ¡mi pobre marido se ha fatigado muchísimo cortando alguna madera y, como veis, se ha acostado a dormir un rato antes de la cena. j
-Mucho deseo que descanse -dijo Desperdicio, advirtiendo que no lo había reconocido-. Salí de la corte, con intención de dedicarme a la caza
unos días, y me he extraviado en la selva.
-Sentaos y nos acompañaréis a cenar -dijo Primorosa-; añadiré algunos huevos más y me referiréis muchas cosas de la corte.
-¿No habéis estado nunca en ella? -preguntóle el remendón-, una dama tan bella como vos haría y lucido papel entre la alta sociedad
-Veo que la lisonja os agrada -le dijo Primorosa-. Yo no he estado jamás en la corte; pero mi esposo tiene un hermano allí y por eso abandonamos nuestra aldea para ir a probar fortuna también. Una vieja nos sedujo con halagadoras palabras a la entrada de este bosque y nos dio a beber un brebaje narcótico, que nos adormeció y nos hizo soñar no sé cuántos delirios de grandezas; pero cuando despertamos, nos lo habían robado todo, y a cambio de lo que nos quitaron, dejáronnos los ladrones ese viejo jubón de cuero que mi marido ha usado desde entonces; y, cosa particular, en mi vida lo había visto tan alegre y satisfecho, a pesar de que vivimos en esta pobre choza.
-Raído está, a fe mía -dijo Desperdicio alzándolo y cerciorándose de que en efecto era el suyo, pues las hojas de la alegría permanecían cosidas aún a su forro-. Sin embargo, para cazar, todavía sirve. A vuestro esposo no le desagradará desprenderse de él a cambio de esta linda casaca mía, que es, además, nuevecita.
Y despojándose de esta última, colocóse el jubón de cuero con gran satisfacción de Primorosa; quien despertó a Estropajo, diciéndole:
-¡Marido mío! ¡Levántate y contempla qué magnífico negocio acabo de realizar!
Estropajo restregóse los ojos, miró a su hermano y exclamó con emoción:
-¡Pero eres tú, Desperdicio! ¿Qué tal te ha parecido la corte? ¿Has hecho fortuna en ella?
-La verdadera fortuna la he hecho recuperando mi jubón de cuero, hermano mío -respondióle Desperdicio-. Ven, vamos a cenar, y esta noche descansaremos aquí; pero mañana temprano emprenderemos el viaje de regreso hacia nuestra vieja cabaña situada en la extremidad de nuestra aldea, a donde vendrá a traernos el cuco de Navidad las hojas consabidas.
Los dos hermanos convinieron en ello; y, en cuanto brilló la aurora se pusieron todos en marcha y encontraron que su antigua cabaña había sufrido terribles desperfectos a causa del viento y la lluvia. Los vecinos vinieron a verles, ansiosos de saber noticias de la corte y de enterarse de si habían hecho fortuna, y todos se quedaron atónitos al ver que regresaban más pobres aun que antes, a pesar de lo cual mostrábanse satisfechos de volver a su antigua vivienda. Desperdicio sacó sus leznas y sus hormas, que había dejado ocultas en un rincón, y ambos hermanos reanudaron su antiguo negocio, y la comarca entera tuvo que reconocer que no habían tenido jamás mejores remendones. Todo el mundo se extrañaba que no hubieran sido mejor apreciados antes de su marcha a la corte del rey; pero desde el más elevado al más humilde, no hubo quien no se regocijara de tener otra vez a Estropajo y Desperdicio entre ellos.
Los dos hermanos remendaban los zapatos de los más encopetados señores y damas y de los más pobres labriegos, sin dejar a ninguno descontento. Su clientela creció de día en día y cuantos habían sufrido alguna contrariedad, alguna desilusión o algún revés de fortuna, acudían a su cabaña, como en tiempos anteriores á la marcha de Desperdicio a la corte.
La cabaña misma sufrió una transformación importante, sin que nadie supiese cómo. La florida madreselva creció sobre su techo, y las rosas encarnadas y blancas formaron un marco en torno de su puerta. Además, el cuco de Navidad siguió viniendo siempre el día primero de abril, trayéndoles tres hojas del árbol de la alegría, pues Estropajo y Primorosa no quisieron más hojas de oro; y las últimas noticias que de ellos hemos tenido dicen que siguen viviendo, felices y satisfechos con su suerte.
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