LA CAPTURA DE UN LADRÓN


Es preciso concluir de una vez con estos latrocinios -dijo Cachimba.

Otro gnomo, Madriguera, asintió con un movimiento de cabeza y, con aire meditabundo, se compuso los cabellos con las uñas.

-Yo creo -dijo lentamente- que el villano vive debajo de tierra.

-¡Ah! ¡De eso estoy convencido! -exclamó Lombriz.

Cachimba y Madriguera lo miraron con gesto interrogativo.

-Sí -dijo Lombriz, que era un gnomo extraordinariamente pequeño y venerable-; estoy tan convencido de ello como de la existencia de los fuegos artificiales, de la ferretería, de las patatas cocidas, de las pulgas y de los peces de colores. Y voy a deciros por qué: Tres noches consecutivas he soñado con carbón blanco.

-¡No digáis semejante tontería! -exclamaron los otros dos.

-Tres noches que se sucedieron con una celeridad vertiginosa -afirmó Lombriz con énfasis.

-¿Con qué velocidad? -preguntó, socarronamente, Madriguera.

-Con una velocidad de sesenta minutos por hora -les replicó Lombriz solemnemente.

Los otros dos gnomos produjeron un silbido estridente, castañeteando al mismo tiempo los dedos para manifestar su asombro.

Algunas semanas antes, la mujer de Cachimba había echado de menos algunos diamantes magníficos, y, a pesar de la extremada vigilancia que se desplegó, los diamantes seguían faltando. El mundo subterráneo de los gnomos hallábase alarmado con motivo de estos robos, y todos convenían en que, si los ladrones no eran prontamente atrapados, todos ellos tendrían que volverse del revés los bolsillos, lo cual constituía un gran peligro, pues, como nadie ignora, los bolsillos de un gnomo contienen la cantidad de pimienta necesaria para hacer estornudar a todos los habitantes de la corteza terrestre.

-Estableceré una guardia subterránea -dijo Cachimba.

-Una guardia de prevención -observó resueltamente Madriguera.

Aquella noche ausentáronse sigilosamente de las profundidades de su tenebroso mundo, caminando a cuatro pies, conteniendo la respiración, desplegando una cautela tan sólo comparable a la de los ratones, y un silencio que envidiarían los gatos. Iba delante Cachimba, a continuación Madriguera, y cerraba la marcha Lombriz. Al abandonar las tinieblas de la tierra, penetraron en la selva, alumbrada por la dulce claridad de la Luna. No se movía una hoja, ni el más insignificante ruido interrumpía el solemne silencio de la noche.

-¡Aquí le tenemos ya! -gritó Lombriz de repente-. ¡Ya dimos con el villano! ¡Mirad qué aspecto patibulario presenta! ¡Estranguladle, apuñaladle, hacedle picadillo, trituradle las costillas y quemadle los dedos de los pies!

Los otros dos miraron hacia el punto que Lombriz señalaba con el dedo y vieron una ardilla que enterraba algo en el suelo.

-¡Ladrona! ¡Ladrona! -gritaron los tres a coro, y empezaron a bailar con verdadero furor.

La ardilla levantó la cabeza, atusóse las barbas con las uñas y se encaramó en un árbol.

-¡Venga una escalera! -gritó Lombriz.

-¡Y un pito de los que usa la policía! -aulló Madriguera.

- ¡Y una porra para machacarle los

sesos! -vociferó Cachimba.

Los tres gnomos se pusieron a correr desatentadamente cada cual por su lado, sin cesar de gritar:

-¡Ya lo encontramos! ¡Ahora ya no se nos escapará! ¡Capturar a un ladrón es un placer digno de los mismos dioses!

Proveyéronse de una escalera, de palos y de un pito de policía, y corrieron hacia el árbol. La ardilla saltó ligera a una rama y en ella se sentó tranquilamente. Madriguera arrimó la escalera al tronco; Cachimba se puso a dar saltos, blandiendo amenazador la cachiporra, y Lombriz comenzó a tocar el pito hasta ponérsele el rostro rojo como una amapola. La ardilla guiñaba los ojos y tarareaba en voz baja: “Gnomo, gnomo del alma”.

Cachimba trepó por la escalera. La ardilla levantó la cola y saltó a otro árbol. Entonces bajó Cachimba, riéndose entre dientes, y apoyó la escalera contra el tronco del nuevo árbol.

-Ahora te toca a ti -le dijo a Madriguera.

-Tienes mucha razón, camarada -contestóle el aludido, y trepó por la escalera con su palo fuertemente cogido entre los dientes.

La ardilla saltó a otro árbol, y Madriguera bajó, exclamando entre alegres carcajadas:

-Ahora sube tú, Lombriz.

Y Lombriz, colocándose el silbato detrás de la oreja, subió la escalera, peldaño tras peldaño, y exclamó:

- ¡Qué quietecita está!

-Ten cuidado que no se te enfríen los pies -le dijo Cachimba. -¡Hola! ¡hola! ¡hola! -gritó de improviso Lombriz-. ¿Qué es esto que hay aquí? ¡Pájaros que se avergüenzan! ¡Pájaros que se ponen rojos como la grana hasta debajo del pico! ¡Éstos son los ladrones! ¡Ahora sí que los hemos cogido!

Había descubierto un nido de petirrojos en el árbol inmediato.

Sus dos compañeros treparon a él inmediatamente y echaron abajo el nido. Destrozáronlo en pedazos, buscando entre las ramitas y el musgo y las crines de caballo; mas no hallaron los diamantes.

- ¡Todo se nos ha convertido en agua de cerrajas! -exclamó Madriguera furioso, echando a Lombriz una amenazadora mirada.

-No me pegues -suplicó Lombriz-; no puedo tolerar que, a la luz de la Luna, me toque nadie ni aun el pelo de la ropa.

Uno de los pajarillos movióse a los pies de Lombriz, y, al agacharse éste para cogerlo, vio en un agujero del viejo tronco un sapo inmenso.

-¡Silencio! -exclamó- vamos a divertirnos un poco. Aquí hay un sapo profundamente dormido.

Y con piedras y ramas de árboles tapiaron la salida del orificio entre grandes risotadas, dejando emparedado al batracio.

-¡No volverá a salir! -exclamaron satisfechos-. ¡Vaya una calaverada! ¡Ahí estará hasta el día del Juicio!

-Y ahora, vamos con la ardilla -dijo Madriguera, poniéndose serio.

Pero cuando fueron a ver, la ardilla había desaparecido. Cachimba acaricióse la barba; Madriguera mordióse las uñas.

--No importa -dijo Lombriz alegremente-; hemos pasado una noche deliciosa, ¿no es cierto?

Iban a emprender ya el camino de regreso, cuando un débil rumor de ahogada risa les detuvo.

-¿Qué es eso? -exclamaron. Y escucharon con atención.

-Debe de ser la ardilla -observó Madriguera en voz baja.

-Está escondida, sin duda, y se ríe de nosotros -asintió Cachimba.

-¡Oh! ¡Ella es, sin duda, el ladrón!

-¡Aguarda, que ya volveremos en otra ocasión a cogerte! -dijo Madriguera con acento amenazador.

-¡Veremos si entonces se ríe! -dijo Cachimba.

Y se marcharon los tres, gritando

con todas sus fuerzas.

-¡Veremos a ver si te ríes cuando te atrapemos, ardilla!

El mundo siguió dando vueltas, arrastrando en su carrera a la ardilla, y ya nadie se acordaba de los tres gnomos, cuando, un siglo después, fue derribado el añoso árbol, y el leñador quedó sorprendido al ver saltar, metido dentro de un agujero, a un sapo extremadamente viejo, dando carcajadas tan estrepitosas y fuertes que crujía su piel por todas partes.

-¿De qué te ríes? -le preguntó.

-Me he estado desternillando de risa por espacio de cien años -dijo el sapo, saliendo de su escondrijo sin interrumpir por eso sus feroces carcajadas- y vengo a buscar agua.

Y al registrar el agujero, quedó el leñador sorprendido al ver... ¿Qué diréis que encontró? ¡Un montón de magníficos diamantes, en el mismo lugar donde el sapo había estado agazapado tanto tiempo!


Pagina anterior: EL PRÍNCIPE POBRE
Pagina siguiente: LA CADENITA DE ORO - Ada M. Elflein