Cómo el caballero Arturo fue proclamado rey de Inglaterra
Muchos años ha, en una fresca y hermosa mañana, cabalgaban por la carretera real de Londres tres apuestos caballeros, en traje de torneo: sus relucientes armas tintineaban alegremente al chocar con las cotas de sus aceradas mallas.
-¡Por Belcebú! -exclamó uno de ellos jovialmente-; paréceme, padre, que el día será digno de la fiesta.
-Bien dices; hermoso se presenta el tiempo para la justa primera de tu hermano Arturo -le contestó su padre, mirando cariñosamente al otro joven, el único que de los tres llevaba escudo sin blasón, señal de ser caballero novicio.
Sintió el doncel el fuego del carmín en sus mejillas y su recia mano acarició el pomo de su espada.
-No os avergonzaréis de mí en este día -exclamó con los ojos brillantes de entusiasmo ante la perspectiva de la pelea.
Penetraban ya en la ciudad, cuando su hermano, el caballero Kaye, golpeándose de repente el costado, prorrumpió:
-¡Ira de Dios!, he olvidado mi espada.
Miráronse, por un momento, los tres en silencio, y al fin Arturo dijo así:
-Seguid hacia la plaza: yo volveré atrás en busca de la espada y tornaré a tiempo de que Kaye entre en liza.
Volvió grupas el joven, y, al cruzar entre la apiñada multitud, oyó decir en un grupo de aldeanos:
-.. .y cuentan que la espada está empotrada en una piedra del patio de la catedral.
-Así es -añadía otro campesino-, y solamente espera a alguien tan fuerte que la arranque de su nido de piedra.
Arturo detuvo su caballo.
-¿Una espada?, ¿han dicho una espada y en el patio de la catedral... ?
Momentos después, echaba pie a tierra delante del templo. Tenían razón. Allí, incrustada en un bloque de granito, estaba el arma aludida, una espléndida espada.
-Esta espada ha de ser para Kaye -se dijo Arturo; y asiendo firmemente con las dos manos su puño sembrado de piedras preciosas, dio un potente tirón. Al principio la espada no se movió, mas luego fue poco a poco saliendo de la piedra. Minutos después Arturo la presentaba a Kaye. Tomóla éste y examinó las enigmáticas palabras que se veían grabadas en su pomo.
-He aquí -dijo el caballero espoleando el caballo para unirse a su padre-, he aquí la llamada Espada de la Piedra.
-¿Cómo ha venido a tus manos? -inquirió sir Héctor.
-Arturo me la ha traído -dijo un tanto despechado.
-Lo que hiciste una vez, podrás hacerlo dos, ¿no es cierto? -dijole el caballero Héctor a Arturo-. Volvamos al templo y veremos si de hecho es posible arrancar de nuevo la espada de la piedra.
Tornaron los tres caballeros a la catedral; y el arma fue otra vez hundida en el bloque de granito, donde quedó tan sólidamente fijada como lo había estado antes de que Arturo la sacara de allí.
Adelantóse Arturo, mas el caballero Héctor, alzando la mano, dijo:
-Espera; tu hermano Kaye es mayor que tú. Déjale que haga él primero la prueba.
Asióla Kaye, y tiró con todas sus fuerzas, mas en vano. Visiblemente humillado desistió de su inútil empresa. Llególe su vez a Arturo, el cual, ciñendo sólidamente el puño con entrambas manos, arrancó fácilmente la espada del bloque de piedra. Volvióse luego hacia su padre y vio a Kaye postrado de rodillas.
--Vos no sois hijo mío -le dijo el caballero Héctor solemnemente-; el viejo encantador y sabio Merlín os entregó a mi cuidado, cuando erais niño. Nunca me descubrió vuestro nacimiento, mas ahora he descubierto el secreto. Vos sois el hijo de Artus, el difunto rey. Leed esta inscripción de la espada.
Lentamente leyó Arturo las misteriosas palabras: "El que saque esta espada fuera de la piedra, ése es el legítimo rey de Inglaterra".
De esta manera el joven Arturo descubrió su real origen, y se dispuso a ocupar el trono de Inglaterra.
Al siguiente día hubo una justa de caballeros, y en presencia de todos ellos sacó de nuevo la espada de la roca, y fue proclamado rey.
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