COMO TÍO CONEJO SALIÓ DE UN APURO
(cuento popular venezolano)
Pues ahora verán: yo no sé qué fue lo que le hizo Tío Conejo a Tío Tigre, el caso es que lo dejó muy ardido y con grandes ganas de desquitarse, y juró que ese gran sinvergüenza no se iba a quedar sin castigo.
El pobre Tío Conejo, como vio la cosa tan mal parada, se escapó por lo pronto de ese lugar, mientras al otro se le iba bajando la cólera.
Tío Tigre llamó a varios amigos, y les dijo si querían ganarse un cama-roncito; que él estaba dispuesto a pagar, pero que para eso tendrían que ayudarlo a buscar a Tío Conejo.
Tía Zorra, que era muy amiga de quedar bien con los que veía que podía sacarles tajada, y que además le tenía tirria a Tío Conejo por las que le había hecho, dijo que ella lo ayudaría sin interés alguno.
Tío Tigre no quería y le dijo:
-No, no, Tía Zorra; como va a ser asunto serio, no quiero que por mí vaya usted a maltratarse.
Entonces ésta le contestó que no se llamaría Tía Zorra si no daba con el paradero de Tío Conejo.
Un día Tía Zorra pilló a Tío Conejo metiéndose en una cueva, y tuvo la suerte de que éste no la viera.
Quedóse allí un buen rato para ver si salía, se acercó poquito a poco, puso la oreja a la entrada de la cueva y oyó a Tío Conejo ronca que te ronca en el interior.
Entonces paró el rabo y se dijo: “A correr y correr”, y no paró hasta que llegó al rancho de Tío Tigre con la campanada de que ya había dado con Tío Conejo.
Tío Tigre le dijo:
-Bueno, Tía Zorra, cuidado, no me vaya a chasquear, porque entonces usted también sale rascando.
-¡Adiós, compadre, cómo va a ser eso! Póngaseme atrás y se convence.
El otro se le puso atrás y llegaron. Tía Zorra se volvió una pura monada, para señalarle dónde estaba Tío Conejo. Como la entrada de la cueva era muy angosta, lo que hizo Tío Tigre fue meter la mano, que era lo único que le cabía, y quiso Dios que agarrara, a Tío Conejo por la pancilla. Tío Conejo, que estaba bien dormido, despertó con sobresalto.
¡Y cuál no sería el susto que se llevó al verse agarrado por la mano de Tío Tigre!, porque por un rayito de sol que entraba pudo mirar bien y no le quedó la menor duda de eso.
Pero no quiso dar su brazo a torcer, y, con voz hueca, dijo:
-¿Quién me toca la muñeca?
La voz dentro de la cueva sonaba muy fea y parecía salir de una boca muy grande.
Tío Tigre, que no lo había soltado, se encogió sobresaltado.
¡Ni por la perica! ¿Quién sería el que hablaba así y tenía una muñeca tan grande? ¿De qué tamaño sería entonces la mano? ¿Y el cuerpo?
Porque él, tan ingenuo, creyó que la panza de Tío Conejo era en realidad una muñeca. Y se le puso que era de un gigante.
Entonces pensó que quién le mandaba hacerle caso a esa gran sinvergüenza de su comadre. Y, sin aguardar más razones, temiendo tener que toparse de un momento a otro con el gigante dueño de aquel vozarrón, emprendió la huida. De pasada le dio tal zarpazo a Tía Zona que la dejó patas arriba.
Tío Tigre no paró hasta llegar a su guarida; Tía Zorra todavía se está rascando; y el pillo de Tío Conejo, una vez terminada su siesta, volvió a su madriguera riendo a más y mejor del chasco que le había dado a su eterno enemigo.
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