Un venado con un cerezo
Seguramente que habréis oído hablar de san Huberto, santo y patrón de los cazadores, y del noble venado que se le apareció en la selva, con la cruz entre sus astas. Todos los años, y en buena armonía, he rendido mi homenaje a este santo, y he visto una infinidad de veces este venado, pintado en las iglesias o bordado en las estrellas de sus caballeros; por eso, con la conciencia y el honor de un buen cazador, reconozco que o no existieron en la antigüedad, o que actualmente no existen esos venados con cruces. Pero, déjeseme decir lo que vi un día. Habiéndoseme acabado en una ocasión toda la pólvora, me encontré, inesperadamente, en presencia de un imponente venado, que me miraba con atención como si hubiese descubierto que mi bolsa iba vacía de balas. Inmediatamente cargué con pólvora, y metí en el cañón de la escopeta un puñado de huesos de cerezas, pues había pelado la fruta con toda la prisa que me lo permitió el poco tiempo disponible. Entonces le disparé al venado y le di justamente en el centro de la frente, entre sus cuernos; esto lo aturdió, le hizo tambalear, pero al fin salió corriendo.
Uno o dos años después, encontrándome con un grupo de caza en la misma selva, vi un hermoso venado que tenía un magnífico cerezo como de dos pies de alto, entre sus cuernos. Inmediatamente me vino a la mente mi anterior aventura, y mirándolo como cosa propia, lo derribé de un tiro, el cual me dio el asado y los postres, pues hay que saber que el árbol estaba cuajado de ricos y sazonados frutos, de un gusto exquisito como nunca los había probado.
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