Recorriendo el mundo en un águila


En los comienzos del presente reinado de Su Majestad, yo tenía relaciones comerciales con un pariente lejano que entonces vivía en la isla de Tanet; era una familia en discordia y parecía que sus miembros nunca llegarían a reconciliarse. Yo tenía la costumbre de salir a pasear todas las mañanas, pues el clima allí era magnífico. Después de varias de estas excursiones, un día vi cierto objeto encima de un promontorio, como a unas tres millas de distancia; dirigí mis pasos hacia aquello y me encontré con las ruinas de un templo antiguo. Me acerqué con admiración y asombro; las huellas de esplendor y grandeza que todavía se conservaban patentes, eran signos inequívocos de su pasada magnitud. No pude por menos que lamentar la acción devastadora del tiempo, bien marcada en esta bella demostración de arquitectura, que es ahora una sombría prueba. Estuve dando vueltas durante largo rato, meditando sobre lo transitorio y fugaz de las cosas terrenales; en el extremo oriental, se veían los restos de una elevada torre, de unos doce metros de altura, cubierta con hiedras y la parte superior aparentemente plana; le estuve dando vueltas por todas partes, repetidas veces, pensando que, si pudiese llegar a su cima, disfrutaría del más delicioso panorama del campo circundante. Animado por esta idea, decidí, de ser posible, llegar hasta su parte más alta, lo que obtuve a la larga, gracias a la ayuda que me brindaban las hiedras, aunque no sin dificultad y corriendo serio peligro. El final estaba cubierto de siemprevivas, menos un gran espacio, en su centro. Después de haberme recreado con las encantadoras bellezas que el arte unido a la Naturaleza producían en aquel medio ambiente, la curiosidad me movió z. inspeccionar aquella abertura que había en el centro, para cerciorarme de su profundidad, pues abrigaba la idea de que quizá se comunicase con alguna oculta e inexplorada caverna subterránea; pero no teniendo una cuerda para esto, en un instante se me ocurrió lo que podía hacer. Después de dar muchas vueltas a mis pensamientos, resolví arrojar una piedra y escuchar el eco; habiendo encontrado una que llenara mis deseos, me coloqué en el agujero, con una pierna en cada lado, y mirando hacia abajo, dejé caer la piedra; no bien hube hecho esto, cuando sentí un aleteo debajo de mí, y seguidamente una enorme águila levantaba su cabeza, justamente por el lado opuesto a mi cara, y elevándose con una fuerza increíble, me llevó cargado en su lomo; inmediatamente me sujeté a su cuello, tan grande, que mis brazos no lo rodeaban del todo; sus alas medían unos ocho metros cuando estaban extendidas. Como ascendía con un movimiento regular, mi asiento era magnífico, y experimentaba un gran placer en la contemplación del panorama que tenía a mis pies. El águila estuvo revoloteando sobre Maragata durante un rato, y como fuésemos vistos por las gentes, muchos tiros fueron disparados sobre ella; una de las balas dio en el tacón de uno de mis zapatos, pero esto no me causó el menor daño. Entonces el ave se dirigió a un pico llamado Dover, que estaba a la vista, y yo pensé desmontar allí, pero me fue imposible, por una inesperada descarga de los fusiles de un grupo de marineros que estaba en prácticas en la bahía; las balas pasaban silbando por encima de mi cabeza y sonaban en las alas del águila como si fuese una granizada, mas no fue posible descubrir si le habían causado alguna herida. De nuevo se remontó y voló sobre el mar hacia el paso de Calais, pero iba tan alto que el canal me pareció del ancho del Támesis en el puente de Londres. En un cuarto de hora me encontré en un tupido bosque de Francia, donde el águila descendió rápidamente, lo que hizo que me deslizase hasta cerca de su cabeza, pero cuando hubo ganado un enorme árbol, levantó la cabeza y entonces pude volver a mi primitivo asiento; me di cuenta de que no era posible descender de donde estaba, sin correr el peligro de morir por la caída; por esto decidí quedarme sentado, pensando que posiblemente sería conducido a los Alpes o a otra gran elevación de tierra, de la cual yo pudiese descender sin peligro alguno. Luego que el águila hubo descansado, se remontó de nuevo, y estuvo dando unas cuantas vueltas al bosque, y lanzó un graznido tan fuerte, que bien claramente podía ser oído en el canal inglés. Al cabo de unos minutos salió del bosque otra águila que voló directamente hacia nosotros; me reconoció con grandes muestras de disgusto y se situó muy cerca de mí. Después de que hubimos dado unas cuantas vueltas, las dos dirigieron su vuelo hacia el sudoeste. Enseguida pude descubrir que la que yo iba montando no estaba en muy buena armonía con la otra, y que, a causa de mi peso, se inclinaba hacia la tierra; su compañera, que observó que no podía conmigo, se situó de tal manera que la otra pudiese apoyar la cabeza en su rabadilla; así volaron durante toda la noche, y yo pude percibir, a lo lejos, el peñón de Gibraltar. El día estaba aclarando, y teniendo en cuenta la elevación a que me encontraba, la superficie de la Tierra me parecía un mapa, en el cual la tierra, mares,! lagos, ríos y montañas me eran perfectamente distinguibles; ayudado por mis conocimientos de geografía, podía apreciar en qué parte del globo me encontraba.

Mientras me deleitaba contemplando el magnífico panorama, un espantoso aullido empezó repentinamente a sonar a mi alrededor, y en un instante me encontré rodeado de miles de pequeños negros, deformes, seres de una horrible apariencia, que me oprimían por todas partes de tal manera, que se me hacía imposible mover un brazo o una pierna; pero no llevaba unos diez minutos entre ellos, cuando sentí la más deliciosa música que pueda imaginarse, la que fue rápidamente sustituida por un ruido extraño, tremendo y desagradable, al lado del cual el estampido de un cañón o el chasquido de un trueno eran como la suave brisa comparada con un terrible huracán. Pero su corta duración me evitó los fatales y seguros efectos que me hubiese ocasionado de prolongarse por más tiempo.

Cuando la música empezó, vi un gran número de bellísimas y pequeñas criaturas que, agarrando a los feos y deformes, los arrojaban violentamente dentro de algo parecido a una caja de rapé, que habían traído consigo, y una de ellas la cogió y la hizo desaparecer con una increíble rapidez. Entonces, volviéndose a mí, me dijo que aquellos a quienes habían ahuyentado, eran una partida de diablos, que se habían extraviado de su propio camino y que en el vehículo que habían sido colocados estarían volando por espacio de diez mil años, al cabo de los cuales sería abierto por su propio deseo, y entonces los diablillos recobrarían su libertad y facultades, como en. el momento presente. No bien diera término a su relato, la música cesó, y todos desaparecieron, dejándome en una situación tal, que mi cerebro estaba a punto de trastornarse.

Cuando me hube repuesto un poco, y pude mirar hacia adelante, con un regocijo indescriptible observé que las águilas estaban preparadas para volar hasta el pico de Tenerife; finalmente descendieron, en la cima de una roca, pero, viendo que me era imposible desmontar y escapar, determiné quedarme donde estaba. Las águilas se sentaron, por estar al parecer cansadas, y pronto, por el calor del sol, quedaron dormidas; y yo no pude resistir más esta poderosa influencia.

Con el fresco de la tarde, cuando el Sol se había escondido detrás del horizonte, fui despertado por el movimiento de las águilas; y como me había resbalado por su espalda, me senté y asumí mi posición de viaje; entonces ellas comenzaron a volar guardando la misma colocación que tenían antes, y se dirigieron hacia América del Sur. La Luna brillaba espléndida y clara, y por ello tuve la visión magnífica de todas las islas que hay en esos mares.

Cerca del amanecer nos encontrábamos frente al continente americano, por la parte llamada Tierra Firme, y descendimos en lo más alto de unas elevadas montañas. En ese momento, la Luna, que estaba bastante distante en el Oeste y oscurecida por tupidas nubes, me brindaba suficiente luz para que viera un matorral a mi alrededor, lleno de unas frutas parecidas a las coles y en el que comenzaron a comer las águilas, con verdadera voracidad. Yo trataba de definir mi situación, pero la niebla y las nubes me envolvían en una oscuridad, completa; lo que contribuía a que la escena fuese más espantosa, eran los tremendos rugidos de los animales salvajes, muchos de los cuales parecían estar próximos; por eso, me decidí a mantenerme en mi asiento, suponiendo que, si alguno de ellos me acometía, las águilas me sacarían del apuro. Cuando la luz del día reinó, comencé a examinar las frutas que las águilas estaban comiendo, y como algunas permanecían colgando, era fácil para mí cogerlas; saqué mi cuchilla y corté una rebanada, y ¡cuál no sería mi asombro al ver que tenía todas las apariencias de carne de vaca asada, con la grasa y la pulpa completamente mezcladas! La probé y la encontré de un sabor delicioso; entonces corté muchas tajadas grandes y las guardé en mi bolsillo, en el que hallé un pedazo de pan que me había traído de Mar ágata; lo se qué y vi que tenía incrustadas tres balas de fusil de las que nos dispararon en Dover. Las extraje, corté unas cuantas rajas más, e hice una opípara comida con pan y la fruta de vaca fresca. Entonces corté dos de las más grandes, cercanas a mí, y las amarré juntas, con una de mis ligas; y no teniendo donde colgarlas, pues mis bolsillos iban repletos, las amarré al pescuezo del águila. Mientras estaba terminando estos asuntos, observé una fruta larga, que parecía una vejiga inflada; y se me ocurrió hacer un experimento con ella; la atravesé con la punta de mi cuchilla, y un puro licor, parecido a la ginebra holandesa, empezó a brotar; mas como las águilas lo observasen, comenzaron a beber apasionadamente. Corté entonces la vejiga tan pronto como pude; todavía quedaba en su fondo como medio litro que yo probé, y en verdad no se diferenciaba en nada del más rico vino de las montañas. Me lo tomé todo, y me sentí con nuevas energías. Pero entonces las águilas empezaron a tambalearse entre las matas. Yo hacía esfuerzos por conservar mi asiento, pero bien pronto me sentí lanzado a alguna distancia entre los matojos. Al intentar enderezarme puse mis manos sobre un erizo, que estaba, por suerte, echado sobre la hierba, boca arriba; instantáneamente se volvió y se prendió a mis manos de modo tal que me fue imposible desprenderlas. Lo restregué contra el suelo repetidas veces con fuerza, pero mientras estaba en esta ocupación, sentí un gran rugido que salía de entre el matorral y, volviendo mi vista hacia arriba, vi un espantoso animal a unos tres metros de mí; no podía defenderme, pero levantó las manos, y cuando él se dirigió hacia mí, lo dominé con el erizo que me tenía sujetas las manos. Éstas pronto quedaron libres de aquel bicho, y entonces salí corriendo; desde alguna distancia pude ver al animal que moría con el erizo en su garganta. Cuando el peligro hubo pasado, me fui en busca de las águilas, y me las encontré tumbadas en el suelo, profundamente dormidas, emborrachadas con el líquido que habían tomado. En verdad, que, con este detalle, me sentí considerablemente animado, y viendo que todo estaba tranquilo, empecé a buscar algunas frutas más, que pronto encontré; corté dos de las más grandes do esas vejigas, con un contenido aproximado de cuatro litros cada una. Las amarré juntas, colgándolas en el cuello de la otra águila, y las otras dos más pequeñitas las até con un cordón alrededor de mi cintura. Teniendo ya asegurada una gran carga de provisiones, y notando que las águilas estaban volviendo en sí, de nuevo ocupé mi asiento. En media hora, salieron de aquel lugar majestuosamente, sin darse la menor idea de la carga que llevaban. Cada una asumió su posición anterior y dirigiéndose hacia el Norte, cruzaron el golfo de México, entraron en. Norteamérica, y siguieron hasta las regiones polares, lo que me brindó la oportunidad de contemplar este vasto continente, imposible de imaginarse. Antes de penetrar en la zona helada, el frío empezó a surtir sus efectos en mí; pero, abriendo una de mis vejigas, me tomé un trago, y me sentí tan caliente que el frío no hacía nada sobre mi piel. Cruzando por encima de la bahía de Hudson, vi numerosos barcos anclados y varias tribus de indios que se dirigían con sus pieles al mercado.

Pero como entonces yo ya estaba identificado con mi asiento y me había convertido en un experto jinete, podía sentarme y levantarme para observar a mi alrededor; pero, en general, continuaba agarrado al cuello del águila, con mis manos metidas entre sus plumas para calentarme.

En estas regiones frías, observé que las águilas volaban con mayor rapidez, quizá, creo yo, para mantener así más viva la circulación. Cuando pasábamos sobre la bahía de Baffin pude ver muchos hombres corpulentos de los del Este, así como montañas flota ates de hielo de aquellos mares.

Mientras estaba contemplando esas maravillas de la Naturaleza, se me ocurrió que ésta era una magnífica oportunidad para que yo descubriese el polo Norte, si es que tal cosa existe, y así no sólo obtendría la recompensa ofrecida por el gobierno, sino el honor de haber hecho un descubrimiento que tantas ventajas representaría para los pueblos europeos. Pero mientras estaba absorto en estas consideraciones, quedé sorprendido al ver que la primera a güila chocaba con su cabeza en una sustancia sólida pero transparente, y que un instante después yo corría la misma suerte, y caíamos ambos como muertos.

Inevitablemente hubiesen terminado con esto nuestras vidas, si no hubiera tenido una noción del peligro, y por lo peculiar de mi situación, me valí de mi maña, y pericia, haciendo esto que nuestro descendimiento en posición vertical, unas dos millas, fuese menos molesto que si hubiésemos bajado por una cuerda; pero tan pronto como me di cuenta de que las águilas iban a chocar con un témpano de hielo, que abundan mucho en los polos, me escurrí a lo largo del lomo de la mayor y le agarré sus alas (que las tenía cerradas) y se las mantuve extendidas, y al mismo tiempo estiré mis piernas hacia atrás para sujetar las alas de la otra. Esto dio el resultado apetecido, y así pudimos descender, cornudamente, sobre una montaña de hielo que yo supongo tenía unas tres millas sobre el nivel del mar, aunque no estoy muy seguro de ello.

Desmonté, descargué las águilas, abrí una de las vejigas y les hice tomar un poco de licor a cada una sin tener en cuenta que los horrores de la destrucción parecían estar conspirando en los alrededores.

Inmediatamente, un enorme oso empezó a ¡ gruñir, detrás de mí, con una voz que parecía un trueno. Me volví, y viendo que el animal se preparaba a devorarme, como yo tenía en mis manos! la vejiga de licor, a costa de todo, la agité fuertemente hasta que reventó, y el licor cayó dentro de los ojos de} animal, y en el acto lo dejó sin visita. Entonces, rápidamente, se volvió,! caminó dando tumbos, unos cuantos pasos y, seguidamente, se despeñó por un precipicio de nieve, al mar; y! no lo volví a ver más, lo que no dejó de ser una suerte para mí.

Pero el peligro ya había pasado; de nuevo |me dirigí a las águilas y las encontré en un período de restablecimiento] y como notase que estaban desmamadas por falta de alimento, tomé uña fruta de las de carne de vaca, la corté en pequeñas rebanadas y me presenté ante ellas, que las devoraron con avidez singular, como que estaban hambrientas.

Habiéndoles dado de beber y comer suficientemente, volví a ocupar mi asiento como antes.

Después de arreglarme y ajustar todas las cosas del modo más acertado, empecé a beber y a comer con gran ansiedad; e influido por las montañas, ¿orno yo llamé a aquello, me sentí regocijado y comencé a cantar unos versos que aprendí en la escuela siendo muchacho; pero el ruido pronto alarmó a las águilas, que se habían quedado dormidas, bajo el efecto del abundante licor que tomaron, y despertaron muy asustadas. Felizmente para mí, cuando les estaba dando de comer, les cambié la cabeza en dirección al Sudeste, con cuyo rumbo ellas volaron con asombrosa rapidez. En unas cuantas horas vi las islas Occidentales y poco después tuve la dicha inexplicable de encontrarme en Inglaterra. No me di cuenta de los mares ni de las islas por sobre los cuales pasamos. Las águilas descendieron gradualmente y pronto aterrizaron cerca del puerto, con la intención, que yo supuse, de llegar a una de las montañas Welsh; pero cuando se encontraban a una distancia de diez metros les dispararon dos tiros de bala, uno de los cuales traspasó una vejiga de licor que pendía de mi cintura; el otro atravesó el pecho del águila delantera, que cayó al suelo, y la otra, en la que yo viajaba, no habiendo recibido daño alguno, siguió su vuelo, con gentil delicadeza, como lo venía haciendo.

Esta circunstancia me alarmó, sobre manera, y me puse a pensar que parecía imposible que yo hubiese escapado de estas aventuras con vida; pero, repuesto un tanto, volví a mirar una vez más hacia abajo, a la Tierra, cuando, con alegría indescriptible, vi a Maragata, a corta distancia, y el águila descendió en la vieja torre de la cual me había llevado en la mañana del día anterior. Tan pronto como se posó salté de su lomo, feliz al ver que, una vez más, era devuelto al mundo. El águila voló y desapareció en un instante, y yo entonces me senté para calmar mi agitado espíritu de las terribles aventuras pasadas.

Pronto fui a hacer una visita a mis amigos, y les relaté las aventuras. A cada relato se quedaban maravillados; sus felicitaciones por mi regreso, sano y salvo, se repitieron con un sincero sello de satisfacción, y así pasamos la tarde; cada persona de las presentes hacíame los más grandes cumplimientos y elogios por mi valentía y arrojo.


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