La flor que encierra todas las flores de todas las especies
Comparemos la sensación y la idea para comprender un poco más este modo de decir propio de la inteligencia. La sensación nos da la imagen, por ejemplo, de esta rosa, la rosa de este jardín, la rosa roja, la rosa que está en capullo o es ya flor. En cambio, la inteligencia dice la rosa que puede ser todas las rosas, la rosa que prescinde de que sea amarilla o roja, de que se haya abierto o se cierre todavía con pudor, la rosa de todos los jardines, la rosa de todos los tiempos. Si sólo tuviéramos sensaciones formaríamos la imagen de esta rosa y de aquélla y de la que está más lejos; podríamos, en el correr de los años, amontonar imágenes de rosas; pero serían imágenes concretas, y nuestra visión estaría limitada por la forma definida, por el colorido individual, por el marco estrecho. En cambio, la inteligencia toca la rosa en su esencia y forma la idea que acoge a todas las rosas, a las de todos los colores, a las que fueron, a las que son, a las que no serán nunca y podrían ser; al nacer en la inteligencia, nacieron según el modo de la universalidad, según el modo del espíritu. Gracias a la universalidad, de la rosa que ven los ojos la inteligencia abstrae la nota común, la esencia que permite reunir e identificar a todas las rosas y separarlas y distinguirlas de las demás cosas; y, gracias a ella, podemos proseguir el camino iniciado, y abstraer de la idea de rosa ideas aun más simples, como la de planta o la de ser que abraza en su significación mayor cantidad de objetos. Gracias a la abstracción, son posibles el juicio y el razonamiento, como vamos a ver.
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