Una ley relativa al ojo, que se cumple en todos los sentidos


Es una ley de la acción de la retina, y se cumple también en los restantes sentidos, que lo que sentimos no está en sencilla relación con la intensidad de lo que nos excita. Podría suponerse, si no supiéramos que ocurre lo contrario, que al aumentar la intensidad de la luz, resultaría proporcionalmente aumentada la intensidad de la percepción; auméntese la referida intensidad una vez y otra y otra, y se obtendrá siempre, de este modo, el resultado correspondiente.

Sin embargo, no ocurre así, como todos sabemos cuando pensamos en ello. Añadamos una bujía a otra bujía, y notaremos la diferencia; pero añadamos una a diez, y la diferencia será ya casi del todo imperceptible. Añadamos una voz a cuatro voces, y la diferencia será clara; pero añadámosla a cuarenta voces, y nadie podrá decir que haya habido modificación. En otros términos, cuanto mayor es la intensidad del agente que nos excita un sentido, mayor es la cantidad en que debemos aumentar dicha intensidad para que pueda notarse cabalmente la diferencia.

Si fuese esta la ocasión oportuna para demostrarlo, veríamos que esta ley se cumple en todas las ocasiones de nuestra vida, y que cada día es más importante. Por ella se comprende que cuanto más elevado es el tono de nuestra oratoria o de nuestros escritos, o el de los periódicos que leemos, más difícil es aumentar la intensidad de la impresión que deseamos que causen. El hombre que habla constantemente en alta voz o a gritos debe gritar mucho más, si desea llamarnos la atención; pero la persona que suele hablar en voz baja y sosegadamente necesita levantarla tan sólo algún tanto para que al punto le prestemos atención.