Un divertido experimento que nos da una lección científica


Si se vendan los ojos a una persona y después se hacen cerca de ella algunos ruidos, puede preguntársele de dónde proceden. La referida persona sabe dar cuenta exacta de ello, siempre que los sonidos se hagan a un lado; pero tan pronto como se producen enfrente de ella o detrás o debajo de su barbilla, no podrá ya precisarlo. Desde luego hay que evitar el facilitarle indicios para la respuesta, ya por el ruido de nuestra respiración, ya por el calor de nuestros dedos, debiendo estar seguros de que la persona sometida al experimento no percibe otra cosa que los sonidos. En estas condiciones podremos comprobar que la referida persona no puede distinguir un sonido que se produzca debajo de su barbilla, de otro que proceda de detrás de la nuca.

Si sometemos a este experimento a uno de esos individuos que saben mover las orejas, comprobaremos que no hacen uso de esta facultad para apreciar la procedencia del sonido; en cambio un humilde animal no podría ser engañado en semejante caso, pues con un simple movimiento adelante y atrás de sus orejas descubriría en un momento la procedencia del sonido por la dirección en que lo percibe mejor. En tal caso no encontraría mayor dificultad que cuando el sonido procede de un lado, puesto que el animal aprecia la dirección como nosotros, esto es, comparando la intensidad del sonido en los dos oídos.