De cómo podemos comer mucho sin ganar fuerzas
Vamos ahora a aprender la gran lección que nos enseñará que vivimos, no de lo que comemos, sino de lo que asimilamos. Si una persona comiera los mejores alimentos del mundo en grandes cantidades todos los días, pero sin absorberlos en la sangre, se moriría de inanición, lo mismo que si no comiese nada. Los alimentos no producen utilidad alguna mientras permanecen en la boca, en el estomago o en el intestino, sino solamente cuando han penetrado en la sangre. Si no entran en ella, todo está perdido, y hasta que penetran no hacen nada en beneficio nuestro.
Las personas ignorantes que sufren desarreglos de la maravillosa máquina que acabamos de describir, o a quienes les importa poco comer demasiado con tal que el plato que les sirvan tenga buen gusto, se admirarán quizá de que lo que comen no les da fuerza alguna; pero es porque olvidan que vivimos únicamente por lo que digerimos y absorbemos, y estas dos funciones, aunque comamos mucho, pueden ser muy escasas.
Y también hay otras, no menos ignorantes que aquéllas, las cuales hacen lo mismo con sus propias inteligencias o con las de los pequeñuelos. La hierba es un buen alimento para el rumiante porque puede digerirla, mientras sería inútil y peor aun que inútil para nosotros porque no podríamos digerirla; y si no podemos digerir una cosa, será perjudicial que nos esforcemos en comerla. El cerebro de un niño sólo puede digerir interiormente ciertas cosas, y sólo éstas son algo útiles como alimento para su inteligencia. Si se le dan otras que no puede digerir, tales como lecciones o libros difíciles, propios solamente para personas mayores, entonces se les indigestan; el niño pierde las ganas de aprender y no adelanta absolutamente nada. También se podría alimentar con hierbas el cuerpo de un niño, y su espíritu con algunas cosas que solían darles para alimentarlos y con las cuales quizá se los alimente aún hoy. Si lo que hemos leído hasta aquí no puede ser digerido por la inteligencia de un niño, no vale más de lo que valdría si se le hubiese dado el papel de este libro para envolver con él la cena o el almuerzo. Por más que el niño lo mastique bien, no podrá digerirlo ni asimilarlo.
Pero todo esto no significa que el niño no haya de hacer nada por sí mismo. El cuerpo tiene que trabajar de firme y con tesón después de cada comida, porque de lo contrario no podría digerirla. Si no se digiere, no puede asimilarse, y se muere de inanición. De la misma manera precisamente el cerebro debe trabajar después de cada comida intelectual.
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