Los mensajeros que transmiten a todo el cuerpo las órdenes del sistema nervioso central


Ahora bien, según sea la energía de la contracción del tejido muscular que forma parte integrante de la pared arterial, así resultará el calibre del vaso; y de este calibre depende la cantidad de sangre que recibirá la parte del cuerpo irrigada por la referida arteria. De aquí se deduce que el sistema nervioso central regulariza la cantidad de sangre que todas las partes del cuerpo reciben. Si ahondamos en la observación de este hecho, descubrimos que las arterias, como el corazón, tienen dos series distintas de nervios: una de ellas dirige la contracción de los vasos, y la otra, expresamente, su dilatación.

En casi todas las regiones de nuestro organismo, estos cambios van verificándose según sean las necesidades orgánicas. De ordinario la parte en cuestión envía al cerebro un mensaje, o sea, una sensación en demanda de una cantidad mayor de sangre, o expresando que en dicha parte hay un exceso de tal líquido. Cuando salimos a la calle en un día muy frío, la nariz necesita gran cantidad de sangre para calentar el aire que por ella penetra en los pulmones. Manda entonces, un mensaje al sistema nervioso central, y éste ordena a los vasos de la membrana que reviste interiormente la nariz, que se dilaten de manera que inmediatamente afluya a la nariz gran cantidad de sangre caliente, que transmite parte de su calor al aire que respiramos. Algunas veces el mensaje es de diferente clase, y en otras ocasiones no nos sería posible poder apreciar la utilidad del mismo. Por ejemplo, en el acto de ruborizarse, el sistema nervioso central envía una orden a los vasos de la cara y del cuello, por la cual quedan relajados y la sangre afluye, haciéndose visible a través de la piel.