El espíritu cuyo soplo nos hace hombres


Todo esto nos indica que, mientras examinemos nuestro cuerpo, sus órganos, sentidos y cerebro desde un punto de vista puramente anatómico y fisiológico, jamás hallaremos la explicación final de nuestras sensaciones y de nuestra vida psíquica. Para ello hemos de encontrar al amo de nuestro cuerpo. Pero, ¿dónde lo vamos a buscar?; ¿estará, acaso, celosamente guardado en las más ocultas células del cerebro? No lo busquemos aquí ni allá. No. Como el viento sopla y está en todas partes, y no lo vemos ni lo contienen nuestras manos, así el amo del cuerpo sopla, y nuestro cuerpo y nuestros nervios y nuestro ojo y nuestra carne, cargados de su aliento, se hacen capaces de la maravilla de nuestras sensaciones. ¿Dónde puso su morada?, ¿en qué fuente, de la que nace su empuje, bebe? Está en todas partes y en ninguna lo podemos asir; su fuerza la lleva en sí mismo y por eso nada lo divide.

Porque el soplo del espíritu domina la materia de los cuerpos y se encarna en ellos, por eso sentimos y vemos y, más allá de todo esto, entendemos y amamos. Así se explican cabalmente las sensaciones: por lo que el hombre es, por lo que nos define como tales, alma y cuerpo, espíritu y materia, trascendencia y temporalidad. ¿Quién siente, cuando sentimos? Sentimos nosotros, con el alma y con el cuerpo, que de los dos es el milagro de la sensación, debiendo al uno lo que en ella hay de sutil y luminoso, y al otro lo que hay de corporal y concreto. Como el cheque no tiene valor si no se estampa la firma, como la firma nada dice si no rubrica un cheque, así el cuerpo y el alma concurren para producir las sensaciones; pero de los dos es más noble el que pone la firma, y éste es el alma.