Cómo crecen los huesos: sus zonas y cartílagos de crecimiento

Todo lo que antes hemos dicho puede hacernos creer que un hueso es algo que no varía, que no se transforma, y nada está más lejos de la realidad. Lo que hemos descrito corresponde, en realidad, a un hueso muerto, en el cual los procesos vitales se han detenido en el momento de someterlos a examen. Nada hay que lo caracterice más a lo vivo que su constante y repetida mutación, esto es, la ininterrumpida construcción y destrucción de sus elementos, o dicho de otra forma, lo que caracteriza a la vida es la continua renovación de sus constituyentes.

En el caso de los huesos un sistema de laminillas viene a ser sustituido o cubierto por otros más jóvenes. El trabajo más acelerado y productivo caracteriza la edad juvenil, en la que predomina la construcción, esto es, se produce más de lo que se destruye. En cambio, en la edad senil, en los ancianos, predominan los procesos o mecanismos de retroceso o desintegración, y en casos de edad muy avanzada, se llega a ver huesos transformados en tubos frágiles, llenos ya de médula amarilla y grasosa.

Pero el mecanismo del crecimiento del hueso en la infancia es, hasta cierto punto, independiente de esto. En sus comienzos, el hueso es un tejido embrionario, fibroso, que se transforma paulatinamente en cartílago, que en el caso de los animales inferiores no se endurece y cuya estructura, en lugar de ser ósea, es cartilaginosa. En los mamíferos, por el contrario, la sustancia cartilaginosa es sustituida por el hueso. La formación del hueso se realiza con la ayuda de los osteoblastos, células especiales de las que ya hemos hablado. Estas células se disponen muy juntas y constituyen los «puntos de osificación». A cada hueso del organismo corresponde uno o más puntos de osificación. A partir de estos puntos se forman las llamadas trabéculas óseas, y los huecos que quedan entre ellas son los espacios medulares. El cartílago sirve en realidad de molde para la construcción del hueso, destruyéndose después.

Examinemos ahora un hueso largo, es decir, el de una extremidad, por ejemplo, la tibia (uno de los huesos de la pierna, el otro es el peroné). Vemos que está formada por un segmento medio tubular, llamado diáfisis, y dos extremos ensanchados que constituyen las epífisis. Mientras dura el crecimiento de un hueso la diáfisis está separada de la epífisis por una franja de tejido cartilaginoso, a expensas del cual se forman nuevas masas de huesos. Cuando este cartílago se osifica, es decir, se transforma a su vez en hueso, termina el crecimiento del mismo en su longitud. En el hombre, el crecimiento longitudinal de los huesos termina entre los 20 y 23 años. La zona del cartílago entre la diáfisis y la epífisis se denomina «zona de crecimiento» y el cartílago que la compone, «cartílago de crecimiento».

Mas el hueso no sólo se alarga, sino que también se ensancha. En el ensanchamiento entra en acción el periostio, membrana que lo envuelve, y que además de nutrir el hueso, aumenta lentamente su volumen por superposición de sucesivas capas de laminillas óseas.