Un león por fin, y cómo Tartarín a poco más lo hace trizas
Avanzaba hacia él, aullando terriblemente, y sea dicho en honor de Tartarín, éste no movió músculo alguno, sino que exclamando con fervor “¡por fin!” se plantó de un salto, y apuntando su rifle metió dos balas explosivas en la cabeza del león. Todo esto estuvo listo en un momento, porque casi había hecho saltar en pedazos al rey de las fieras. Pero en el momento siguiente vio a dos negrazos furiosos que arremetían contra él con sus garrotes. Los había visto antes en Milianah; y ¡éste era su pobre león ciego! Por fortuna Tartarín no estaba tan metido en el desierto como había creído, sino únicamente en las afueras de Orleansville, y un municipal de esta población acudió atraído por la detonación, y tomó nota de los pormenores del hecho.
El resultado de esto fue que tuvo que demorarse mucho en Orleansville y se le puso una multa de 2.500 francos, cuyo pago era un problema para él y lo resolvió vendiendo sus armas y todos sus numerosos aprestos, pieza por pieza, a diferentes compradores. Después de haber satisfecho sus deudas, no le quedaron más que la piel del león y el camello. La primera la expidió al comandante Bravida de Tarascón, y el camello tenía intención de venderlo, a fin de poder pagar la diligencia de vuelta a Argel; pero nadie quiso comprárselo, y su dueño tuvo que soportar todo el viaje a pie y en pequeñas jornadas.
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