De cómo fueron sacados de a bordo las provisiones y el cargamento


Cuando Crusoe despertó de su sueño en el árbol en que se había encaramado, vio que el barco náufrago había salido de su varadura y acercándose mucho más a tierra, de suerte que sólo distaba de ella un cuarto de milla (400 metros). Así esperaba poder sacar de allí algunas cosas que quizá le fueran convenientes; se echó a nado y valiéndose de algunas cuerdas, consiguió llegar a bordo y halló que los únicos seres vivientes eran un perro y dos gatos, los cuales desde entonces pasaron a ser sus compañeros.

Como no había tiempo que perder, se llenó los bolsillos de galletas, construyó una balsa a la que ató algunos cofres de los marineros después de haberlos abarrotado de víveres, herramientas y municiones, y regresó.

Al día siguiente volvió también nadando al buque, construyó otra balsa y se llevó más objetos. Once días estuvo repitiendo aquellas visitas, y así pudo llevarse casi todo lo que había a bordo. Al disponerse a volver al barco, una mañana, vio que la embarcación había desaparecido.

Entonces, reparando en una explanadilla que había en lo alto de una elevada roca, y desde la cual se dominaba una grande extensión del mar, y a fin de poder señalar su presencia, por si acaso pasaba algún buque, resolvió levantar en ella su tienda hecha de velamen.

Delante de la tienda trazó un semicírculo de unos veinte metros de diámetro, que terminaba por ambos extremos en la roca.

Todo a lo largo del borde de este semicírculo, plantó dos filas de fuertes estacas, a quince centímetros una de otra, hundiéndolas en el suelo, de modo que sobresalieran de él cerca de metro y medio.