Lemuel Gulliver despierta en un país desconocido y sorprendente
“Tendime en el césped y me quedé dormido. Al despertar me fue imposible moverme. Tenía los brazos y las piernas sujetos a la tierra, y mis cabellos atados de igual manera. Sentíme rodeado de ligaduras que se entrecruzaban por todo mi cuerpo y sólo podía mirar hacia arriba. El sol empezaba a calentar y la luz me hacía daño en los ojos. Oía ruidos confusos a mi alrededor; y, al poco rato, percibí algo que se movía por mi pierna izquierda, y que, avanzando suavemente por el pecho, llegó casi hasta tocarme la barbilla. Inclinando la vista hacia abajo todo lo que pude, distinguí un ser humano, cuya estatura no pasaría de 15 centímetros, armado de arco y flecha, y con un carcaj echado a la espalda.
“Entretanto advertí que a lo menos otros cuarenta de la misma especie iban siguiendo al primero. Di tan fuerte resoplido que todos retrocedieron asustados; y algunos de ellos -según me manifestaron después- se hicieron daño, al caer saltando de mis costados a tierra. No obstante, no tardaron mucho en volver, y yo proseguía tendido todo este tiempo, con no pequeña inquietud. A.1 fin. haciendo un esfuerzo para soltarme, rompí los cordeles y arranqué las estacas que me sujetaban a tierra el brazo izquierdo. Hubo entonces una gritería espantosa; y en un instante sentí un centenar de flechas que habían hecho blanco en mi mano izquierda y me picaban como otras tantas agujas. Además, hicieron otra descarga al aire al modo que se disparan las bombas en Europa; y algunas de sus flechas me cayeron en el rostro, que procuré tapar con la mano izquierda. Entonces pensé que lo más prudente era estarme quieto.
“Cuando vieron que ya no me movía, cesaron de dispararme flechas; pero por el ruido que hacían me convencí de que habían crecido en número, y a unos cuatro metros del sitio en que yacía, y por encima de mi oído izquierdo, oí golpear por más de una hora. Volviendo la cabeza todo lo que me permitían los cordeles y las estacas, vi que habían levantado un tablado, a unos cuarenta y cinco centímetros del suelo, capaz para cuatro de los naturales, y que habían colocado dos o tres escaleras de mano para subir a él; uno de ellos, que parecía ser persona de calidad, hízome un largo discurso del cual no entendí ni una palabra.”
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