Cómo los liliputienses dieron de comer al hombre montaña


“Pero, antes de empezar, gritó tres veces, e inmediatamente unos cincuenta de los indígenas cortaron las ligaduras que me sujetaban el lado izquierdo de la cabeza; lo que me procuró la libertad de volverla a la derecha y observar la persona y ademanes del que me iba a hablar. Parecía de mediana edad y más alto que los otros tres que con él estaban. Por su mímica, parecida a la de un verdadero orador, pude comprender muchos períodos de amenazas, y otros de promesas, de compasión y hasta de benevolencia.

“Contesté en breves palabras, pero de la manera más sumisa, y levanté la mano izquierda y los ojos hacia el sol como si quisiera ponerlo por testigo; y hallándome a punto de desfallecer de hambre, me llevé con frecuencia un dedo a la boca para significarles que necesitaba comer. El Hurgo -que así llaman a un gran señor, según supe más tarde- comprendióme perfectamente. Bajó del tablado y ordenó que aplicaran a mis costados varias escaleras de mano, por las cuales subieron más de un centenar de indígenas, y se encaminaron hacia mi boca, cargados con cestas repletas de carne, suministradas y enviadas allí por orden del emperador tan pronto como hubo recibido las primeras noticias referentes a mí. “Observé que en la comida había carne de varios animales, pero no podía distinguirlos por el sabor. Había espaldas, piernas y lomos cuyas formas parecidas a las del carnero estaban muy bien aderezadas, pero eran más pequeñas ciertamente que las alas de la alondra.”