El naufragio de la Durande en el canal y la actitud del capitán Clubín
-¡Largo! -gritó el capitán, al mismo tiempo que daba prisa a los últimos para que saltaran al bote-. Yo me quedo; cuando el barco se pierde, el capitán debe seguir su suerte y perecer con él.
Poco podían pensar los pasajeros y la tripulación que su salvamento en aquel frágil esquife fuera la segunda partida que jugaba Clubín para hacer fortuna, y poco sospechaba él que no le había salido la cosa como pensara. Su plan era llevar la Durande sobre un grupo de rocas a una orilla de la playa, y nadando, desde aquella distancia, cosa fácil para él, ganar la parte desierta de la costa. Se procuraría vestidos en cualquier granja y luego se dirigiría a algún puerto distante, para escapar con las tres mil libras esterlinas.
Hubo de experimentar, pues, un terrible desengaño cuando, durante un momentáneo despejo de la niebla, descubrió que el buque había chocado contra los terribles escollos de Douvres, a treinta y cinco millas de la costa. Consolóse, sin embargo, en su desesperación, pensando que pasaban por allí con frecuencia los contrabandistas, y podría entenderse con ellos, sin demasiadas preguntas si les pagaba bien.
Como la niebla se desvanecía gradualmente, Clubín quiso hacerse cargo de su situación y resolvió ganar la cima de la roca. Para ello necesitó echarse al mar y nadar en dirección al arrecife.
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