El capitán de la Durande se prepara para la segunda jugada de su hábil partida


Hacía algunas horas que navegaba el vapor y confiaban los pasajeros en que terminaría el viaje tranquilamente y sin novedad, cuando se advirtió de pronto en el horizonte un banco de niebla, que fue aumentando hasta que el buque quedó en su avance engolfado en él, sin que por eso se moderase la velocidad. La Durande seguía avanzando. Había cundido a bordo un profundo sentimiento de malestar, al oír cómo el maquinista le decía a su ayudante: “Esta mañana, cuando hacía sol, íbamos a media máquina y ahora que nos hallamos en medio de la niebla me mandan ir a toda velocidad.”

Pocos momentos después el vapor chocaba contra una enorme roca. La Durande había saltado del agua y ella misma se había atravesado en el pico de un extraño montículo que se elevaba en el mar. Mientras todo era confusión y desorden a bordo, el capitán permanecía sereno y recogido. Echóse un bote al agua, y los pasajeros y la tripulación se precipitaron en él.