Lautaro derrota a Juan de Alvarado y resiste los ataques de Villagrán
Allí pasaron inactivos todo el invierno, pero cuando la primavera fue inminente, retomaron las armas y se reunieron en un nuevo consejo, ganosos de combatir otra vez. Cuatro guerreros llegaron entonces con la excitante nueva de que los españoles estaban reconstruyendo la ciudad de Concepción.
Lautaro, al mando de dos mil hombres escogidos, entre los cuales formaban las más esforzados capitanes: Purén, Ongol, Tucapel, Lemolemo, Lebopía, Elicura, Gayocupil, Lincoya..., sin pérdida de tiempo cayó sobre la villa, y venció tras larga y recia batalla a Juan de Alvarado, quien con su gente diezmada y dispersa hubo de buscar la salvación en la fuga... Luego de honrarle con grandes fiestas, que se prolongaron algunas jornadas y que presidía Caupolicán en persona, le encargaron una nueva campaña, para la cual el mismo Lautaro eligió, concienzudamente, quinientos jóvenes
“a cualquiera maldad determinados”.
Con sus tropas tomó el camino de Maule y, después de cuatro días de paso y trote, acogióse a un sitio aparente para hacerse fuerte y a poco había levantado una rústica empalizada, tras la cual esperó el asalto que no tardarían en llevarle los españoles.
En efecto, el ataque se produjo sin demora, pues aunque Francisco de Villagrán estaba enfermo en la vecina ciudad de Santiago, envió de inmediato un contingente de caballería a las órdenes de su primo Pedro de Villagrán, quien, después de varias e infructuosas tentativas y ante la superioridad numérica y la ventaja estratégica de los salvajes, hubo de recurrir a la treta de retirarse algunas leguas con la esperanza -que resultaría vana- de tentarlos a perseguirlo a campo abierto, donde hubiera hecho suya la victoria.
Al día siguiente, dos de sus audaces soldados merodeaban a caballo en las vecindades del fuerte, cuando, desde lo alto de la empalizada, alguien los invitó a acercarse más, asegurándoles que nada tenían que temer. El que hablara, sin dejar que se repusieran de semejante sorpresa, aun aumentó la turbación de los dos soldados llamando a uno de ellos por su nombre: Marcos, Marcos Váez.
Éste, mientras su compañero quedábase aguardándole previsoramente, adelantóse unos pasos y fue a ponerse al borde del foso que rodeaba el fuerte; desde allí pudo ver bien la fisonomía de su interlocutor, que resultó ser el mismísimo Lautaro, a quien Marcos Váez conociera y tratara mucho cuando el araucano, en calidad de indio amigo, era uno de los pajes de Valdivia.
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