Francisco de Villagrán ataca a los indios. lautaro muere en la refriega
Lautaro díjose dispuesto a negociar la paz siempre que España aceptara las condiciones exigidas por los indígenas y cuyo conjunto expuso a su antiguo amigo, quien, por vejatorias, las rechazó indignado, interrumpiéndole airadamente:
“En pago de tu loco atrevimiento, te darán españoles por tributo cruda muerte con áspero tormento, y Arauco cubrirán de eterno luto.”
El indio, aunque escuchó la osada respuesta sin alterarse, hizo notar al orgulloso español que se animaba a discutirle tan libremente porque lo ponía a cubierto de todo peligro la promesa de seguridad personal que él mismo le diera poco antes.
Enseguida, a fin de no dejarle dudas de su poderío, dispuso que seis jinetes, provistos de armaduras, escudo y lanza, y cuyos corceles llevaban jaeces a la española, evolucionaran en el campo donde Marcos Váez pudiera apreciarlos de cerca.
Al término de la espectacular demostración, el español, a quien no se le había movido un pelo, declaró arrogantemente que estaba pronto a luchar él solo contra todo el grupo.
Lautaro no permitió que se concertase la desigual pelea, proponiendo en cambio seis sucesivos combates.
Y como estos duelos tampoco llegaron a realizarse, por considerar el desafiante que era desdoroso para él batirse de igual a igual con un salvaje, los dos españoles se despidieron. Ya ponían las cabalgaduras al galope, en dirección a su campamento, cuando el jefe indio volvió a llamarlos para hacerles este extraño pedido:
-Haced que vuestro capitán me envíe alimentos, porque mi gente se muere de hambre.
Pedro de Villagrán, al recibir el extraño mensaje de su astuto enemigo, concibió sospechas que lo determinaron a levantar el campamento y volverse a la ciudad.
Como, efectivamente, con su rápida retirada había desbaratado los planes de Lautaro, éste dio ese mismo día la orden de partida, para ir a acampar, después de tres horas de marcha, en las bocas del río Itata.
Allí organizaba secreta y febrilmente las huestes con que se prometía apoderarse de la ciudad de Santiago, cuando, en un amanecer, Francisco de Villagrán atacó de sorpresa la posición, destruyó las fortificaciones y exterminó a sus defensores...
Mientras muchos de los suyos pasaban sin sentirlo del sueño a la muerte, Lautaro, casi desnudo, tal como se despertara en la hora del imprevisto asalto, batíase espada en mano, furiosamente. De pronto, una flecha certera le partió el corazón, y el héroe indio derrumbóse en tierra como un árbol gigante herido súbitamente por el rayo.
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